martes, 3 de mayo de 1983

La Biblioteca, tristemente, otra vez



La Biblioteca, tristemente, otra vez*

           
Tristemente, sí, vuelvo hoy a escribir sobre la Biblioteca Pública del Estado en Toledo. Tras más de un mes de silencio, guardándome con esfuerzo mi queja y mi indignación, cojo el bolígrafo para volver a entonar un lamento seguramente estéril pero absolutamente necesario.

            Que una biblioteca cierre sus puertas para solucionar de una vez la situación preocupante de los 30.000 volúmenes de la Colección Borbón-Lorenzana que dormitaba bajo el miedo de despertar un día por el ruido de los escombros del viejo local que los cobijaban, podría ser normal; pero que esa situación se mantenga más de un mes tiene que significar forzosamente que la cultura (información, ocio, lectura, investigación...) que emana de las bibliotecas sigue relegada a un plano irrisorio.

            La historia de nuestro máximo centro bibliográfico en los últimos años es lastimosa: podríamos iniciarla en el cierre parcial que sufrió en septiembre de 1979, y que puso de manifiesto las deficiencias estructurales de ésta y las restantes bibliotecas españolas (falta de personal técnico y auxiliar, insuficiencia de sus locales para albergar los miles de volúmenes que cada año llegan a la biblioteca como nuevos inquilinos...) Entonces un artículo mío colaboró, al parecer, en la inmediata apertura y muchos pensamos que la prensa aún tenía el poder suficiente para solucionar estas cosas de la cultura que a pocos, aparentemente, importa. Vino luego, hace dos años, el polémico proyecto del Iltmo. Tusell (Director General del gremio en aquellos momentos pletóricos de la UCD) de ampliar la biblioteca en base a utilizar parte del edificio colindante de Santa Fe; la cosa provocó como se dijo, “ríos de tinta” en la prensa provincial y movió a distintos señores actuar para que el tema no se desbordase a nivel nacional. La Dirección General mostró sus grandes contradicciones, cambiando de idea a medida que un nuevo artículo aparecía en las páginas de los periódicos. La polémica fue tan impresionante que hasta en algún momento –algo inaudito- fue motivo de conversación cotidiana y callejera. Pero la gran movida se pasó y el tema de la partición de Santa Fe tendió a archivarse. La paulatina descomposición del partido gobernante durante la trasición me empujó a mantenerme en silencio, a la espera de los nuevos tiempos.

            Otro período trascendental de la historia de la biblioteca toledana nació con la dimisión de Julia Méndez del cargo de directora del Centro Provincial Coordinador de bibliotecas; eran los últimos tiempos del gobierno de Payo en la provincia y se tomó en la Diputación la enorme (e irresponsable, a mi juicio) decisión de separar el Centro Coordinador de la Biblioteca. Aunque pueda esgrimirse la legalidad de tal medida, ello supuso el hundimiento de la Biblioteca, que quedó sin personal y sin apenas presupuesto, y provocó la irremediable caída del máximo centro bibliográfico toledano. Nadie midió las consecuencias que para el público y la cultura tendría ese traslado. Y así nos va.

            Pero el último paso ha sido demasié: un autentico mazazo a la cultura; un irónico e irreverente martillazo para los escasos clientes que más o menos asiduamente buscamos en su rico fondo bibliográfico y hemerográfico un apoyo para nuestros trabajos e investigaciones. Como ocurriera hace ahora aproximadamente diez años –cuando al llenarse el salón de actos de libros, se nos privó a los toledanos de la actividad cultural potenciada desde la Biblioteca-, las salas de lectura se han convertido en depósitos. Y como toda situación provisional y de emergencia en este país, preveo que la cosa irá para años, máxime si tenemos en cuenta la delicada/penosa/catastrófica vida que últimamente lleva nuestra mortecina biblioteca.

            Dudo que haya habido persona que supere mi interés en defender a la biblioteca, como servicio público imprescindible para todo el pueblo toledano. He clamado en este campo/desierto donde la cultura es olvidada/ultrajada y donde a los hombres, de algún modo, nos movemos en alguna de sus parcelas se nos niega cada día nuestro más preciado alimento: la documentación. Por si era poco un archivo diocesano inaccesible y un municipal que sólo abre en las mañanas (y ahora con el traslado... ), esta clausura de la biblioteca imposibilita casi totalmente la labor investigadora. No sólo es esto: los estudiantes y los niños pagarán muy caro este cierre inaudito, que dice bien poco de la sensibilidad de nuestras autoridades culturales.     

            Si en 1983 somos incapaces de buscar soluciones para un centro que acoge 30.000 volúmenes errantes e inutilizados, sería preferible cerrar esta ciudad a cal y canto y dejar que se muera por sus cuatro constados. Dejarla para mostrarla a los visitantes ilustres. Dejarla para sede de congresos y exposiciones de alto rango. Dejarla dormitar, con carteles que recuerdan que fue ciudad importante e imperial, confluencia de culturas, centro comercial, capital de Castilla, ciudad cosmopolita. Convertirla en museo absoluto. Pero vaciarla de personas. ¡Que se abran sus puertas para todos los toledanos cansados de estrellarnos contra el muro de la ineptitud y el desprecio hacia la cultura cotidiana! Porque ¿para qué queremos los ricos fondos archivísticos y bibliográficos que atesora nuestra ciudad? ¿Sólo para testimonio mudo del pasado glorioso de Toledo? Ese tesoro tiene que vivir, palpitar, hablarnos a los toledanos ¡Y no nos dejan infundirles ese soplo vital!

            Quisiera pensar que la Dirección General del Libro y Bibliotecas ha autorizado este cierre a tenor de los informes de la Dirección Provincial toledana (aún de UCD). Ello explicaría en parte esta decisión tan comprometida. En todo caso, la máxima responsabilidad de este triste cerrojazo sigue estando en Madrid. Urge una decisión que no sólo abra nuevamente las puertas de la Biblioteca toledana, sino que la vivifique y la convierta en un foco real y auténtico de cultura. Lo contrario, al menos para mí, sería decepcionante.


* El Castellano (3-5-1983), pag. 28. Recogido en el libro Combates por la biblioteca pública en España, págs. 238-240.

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