La Biblioteca, tristemente, otra vez*
Tristemente, sí, vuelvo
hoy a escribir sobre la Biblioteca Pública del Estado en Toledo. Tras más de un
mes de silencio, guardándome con esfuerzo mi queja y mi indignación, cojo el
bolígrafo para volver a entonar un lamento seguramente estéril pero
absolutamente necesario.
Que una biblioteca cierre sus
puertas para solucionar de una vez la situación preocupante de los 30.000
volúmenes de la Colección
Borbón-Lorenzana que dormitaba bajo el miedo de despertar un día por el
ruido de los escombros del viejo local que los cobijaban, podría ser normal;
pero que esa situación se mantenga más de un mes tiene que significar
forzosamente que la cultura (información, ocio, lectura, investigación...) que
emana de las bibliotecas sigue relegada a un plano irrisorio.
La historia de nuestro máximo centro
bibliográfico en los últimos años es lastimosa: podríamos iniciarla en el
cierre parcial que sufrió en septiembre de 1979, y que puso de manifiesto las
deficiencias estructurales de ésta y las restantes bibliotecas españolas (falta
de personal técnico y auxiliar, insuficiencia de sus locales para albergar los
miles de volúmenes que cada año llegan a la biblioteca como nuevos
inquilinos...) Entonces un artículo mío colaboró, al parecer, en la inmediata
apertura y muchos pensamos que la prensa aún tenía el poder suficiente para
solucionar estas cosas de la cultura que a pocos, aparentemente, importa. Vino
luego, hace dos años, el polémico proyecto del Iltmo. Tusell (Director General
del gremio en aquellos momentos pletóricos de la UCD) de ampliar la biblioteca
en base a utilizar parte del edificio colindante de Santa Fe; la cosa provocó
como se dijo, “ríos de tinta” en la prensa provincial y movió a distintos
señores actuar para que el tema no se desbordase a nivel nacional. La Dirección
General mostró sus grandes contradicciones, cambiando de idea a medida que un
nuevo artículo aparecía en las páginas de los periódicos. La polémica fue tan
impresionante que hasta en algún momento –algo inaudito- fue motivo de
conversación cotidiana y callejera. Pero la gran movida se pasó y el tema de la
partición de Santa Fe tendió a archivarse. La paulatina descomposición del
partido gobernante durante la trasición me empujó a mantenerme en silencio, a
la espera de los nuevos tiempos.
Otro período trascendental de la
historia de la biblioteca toledana nació con la dimisión de Julia Méndez del
cargo de directora del Centro Provincial Coordinador de bibliotecas; eran los
últimos tiempos del gobierno de Payo en la provincia y se tomó en la Diputación
la enorme (e irresponsable, a mi juicio) decisión de separar el Centro Coordinador
de la Biblioteca. Aunque pueda esgrimirse la legalidad de tal medida, ello
supuso el hundimiento de la Biblioteca, que quedó sin personal y sin apenas
presupuesto, y provocó la irremediable caída del máximo centro bibliográfico
toledano. Nadie midió las consecuencias que para el público y la cultura
tendría ese traslado. Y así nos va.
Pero el último paso ha sido demasié: un autentico mazazo a la
cultura; un irónico e irreverente martillazo para los escasos clientes que más
o menos asiduamente buscamos en su rico fondo bibliográfico y hemerográfico un
apoyo para nuestros trabajos e investigaciones. Como ocurriera hace ahora
aproximadamente diez años –cuando al llenarse el salón de actos de libros, se
nos privó a los toledanos de la actividad cultural potenciada desde la
Biblioteca-, las salas de lectura se han convertido en depósitos. Y como toda
situación provisional y de emergencia en este país, preveo que la cosa irá para
años, máxime si tenemos en cuenta la delicada/penosa/catastrófica vida que
últimamente lleva nuestra mortecina biblioteca.
Dudo
que haya habido persona que supere mi interés en defender a la biblioteca, como
servicio público imprescindible para todo el pueblo toledano. He clamado en
este campo/desierto donde la cultura es olvidada/ultrajada y donde a los
hombres, de algún modo, nos movemos en alguna de sus parcelas se nos niega cada
día nuestro más preciado alimento: la documentación. Por si era poco un archivo
diocesano inaccesible y un municipal que sólo abre en las mañanas (y ahora con
el traslado... ), esta clausura de la biblioteca imposibilita casi totalmente
la labor investigadora. No sólo es esto: los estudiantes y los niños pagarán
muy caro este cierre inaudito, que dice bien poco de la sensibilidad de
nuestras autoridades culturales.
Si en 1983 somos incapaces de buscar
soluciones para un centro que acoge 30.000 volúmenes errantes e inutilizados,
sería preferible cerrar esta ciudad a cal y canto y dejar que se muera por sus
cuatro constados. Dejarla para mostrarla a los visitantes ilustres. Dejarla
para sede de congresos y exposiciones de alto rango. Dejarla dormitar, con
carteles que recuerdan que fue ciudad importante e imperial, confluencia de
culturas, centro comercial, capital de Castilla, ciudad cosmopolita. Convertirla
en museo absoluto. Pero vaciarla de personas. ¡Que se abran sus puertas para
todos los toledanos cansados de estrellarnos contra el muro de la ineptitud y
el desprecio hacia la cultura cotidiana! Porque ¿para qué queremos los ricos
fondos archivísticos y bibliográficos que atesora nuestra ciudad? ¿Sólo para
testimonio mudo del pasado glorioso de Toledo? Ese tesoro tiene que vivir,
palpitar, hablarnos a los toledanos ¡Y no nos dejan infundirles ese soplo
vital!
Quisiera
pensar que la Dirección General del Libro y Bibliotecas ha autorizado este
cierre a tenor de los informes de la Dirección Provincial toledana (aún de
UCD). Ello explicaría en parte esta decisión tan comprometida. En todo caso, la
máxima responsabilidad de este triste cerrojazo sigue estando en Madrid. Urge
una decisión que no sólo abra nuevamente las puertas de la Biblioteca toledana,
sino que la vivifique y la convierta en un foco real y auténtico de cultura. Lo
contrario, al menos para mí, sería decepcionante.
* El
Castellano (3-5-1983), pag. 28. Recogido en el libro Combates por la biblioteca pública en España, págs. 238-240.
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