Biblioteca Pública de Toledo*
Las bibliotecas continúan sin ser
atendidas debidamente. Falta de personal técnico y auxiliar, escasos
presupuestos, edificios en muchos casos insuficientes e inadecuados, son
algunos de los problemas que afectan a las existentes. Luego están esa inmensa
mayoría, legión de bibliotecarios. Y como trasfondo la promesa del actual
Director General de Libro y Bibliotecas, Jaime Salinas, de crear bibliotecas en
los municipios mayores de 3.000 habitantes, siguiendo los módulos que en este
campo marca la UNESCO. Y deseamos cargarnos de esperanza.
Pero
lo peregrino, lo triste, lo inaudito es el cierre de una biblioteca tan
importante como la de Toledo. Todo el mundo lo reconoce: sus 100.000 volúmenes
de fondo antiguo (procedentes de la colecciones legadas por los arzobispos
toledanos), casi otros tantos libros del siglo XX; el fondo Malagón Barceló, que recoge la mayor
parte de la producción de los exiliados durante sus años en Méjico y otros
países iberoamericanos más importantes de todo el país. Por ello, cuando no
estamos sobrados de bibliotecas, resulta paradójico que se cierre una.
La Biblioteca Pública del Estado en Toledo lleva
desde hace años una vida azarosa: asfixiada, tuvo que cerrar su salón de actos
en 1973 y convertirla en nuevo depósito para poder seguir incorporando nuevos
volúmenes; adquirido en 1979 por el Ministerio de Cultura el edificio
colindante de Santa Fe para ampliar sus instalaciones, dos años después el
entonces Director General, Javier Tusell proyectó la división de este último
inmueble entre el museo de Santa Cruz, la biblioteca y el archivo histórico
porvincial, división que ocasionó una fuerte polémica en la ciudad y que no solucionaba los problemas de espacio de
ninguna de esas instituciones. Ahora, para acoger 30.000 volúmenes de la Colección Borbón-Lorenzana que se
encontraban en la antigua y ruinosa sede de la biblioteca provincial, cierra
sus puertas, con expreso consentimiento de la Dirección General de Libro y
Bibliotecas y cuando había soluciones diversas (como el traslado de esos
volúmenes al contiguo convento de Santa Fe). La sala de lectura, como ayer el
salón de actos que daba vida a la Casa de
Cultura (de la que sólo queda hoy la
pomposa denominación), se utiliza ahora para depósito, dicen que
provisionalmente. Pero miedo, pavor, nos dan las soluciones provisionales que se adoptan en este
país.
En Toledo un centenear de amantes de la cultura
(historiadores, artistas, poetas, novelistas, representantes de instituciones
ciudadanos y organizaciones vecinales) han firmado un manifiesto apoyando a la
biblioteca pública toledana, unidos por el carácter progresista y la ilusión
porque el cambio sea real en esta ciudad. Pero todo ello no puede eximirnos de
seguir ejerciendo la crítica cuando sea necesaria.
La
apertura de la biblioteca toledana es un primer paso que exigimos; el siguiente
será su dinamización ( con aumento de personal técnico y auxiliar) y
popularización: su acercamiento a todos los toledanos. Y respecto al
contencioso que enfrenta a museo, archivo y bilbioteca para repartirse la
“tarta” de un edificio sobre el que efectuar su legítima expansión, nuestra
postura es clara: la formación de una comisión que formule la mejor solución
para la ciudad. Repetir los procedimientos dictatoriales de antiguos directores
generales que decretan desde Madrid y cambiaban de opinión cada vez que se
publicaba un artículo en la prensa, sería lamentable.
La biblioteca es, según la UNESCO, una “fuerza
viva al servicio de la enseñanza, la cultura y la información”y “un instrumento
indispensable para fomentar la paz y la comprensión”. Si el interés por la
cultura y por las bibliotecas es real, hoy pedimos una prueba de, al menos, buena
voluntad: que la biblioteca de Toledo abra sus puertas al público, y que lo
haga con rapidez y dignidad.
* Carta
al Director. Diario 16 (21-6-1983),
p. 4. Redacté y fui primer firmante de esta carta. Texto recogido en el libro Combates por la biblioteca pública en España, págs. 241-243.
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