martes, 21 de junio de 1983

Biblioteca Pública de Toledo



Biblioteca Pública de Toledo*


Las bibliotecas continúan sin ser atendidas debidamente. Falta de personal técnico y auxiliar, escasos presupuestos, edificios en muchos casos insuficientes e inadecuados, son algunos de los problemas que afectan a las existentes. Luego están esa inmensa mayoría, legión de bibliotecarios. Y como trasfondo la promesa del actual Director General de Libro y Bibliotecas, Jaime Salinas, de crear bibliotecas en los municipios mayores de 3.000 habitantes, siguiendo los módulos que en este campo marca la UNESCO. Y deseamos cargarnos de esperanza.
Pero lo peregrino, lo triste, lo inaudito es el cierre de una biblioteca tan importante como la de Toledo. Todo el mundo lo reconoce: sus 100.000 volúmenes de fondo antiguo (procedentes de la colecciones legadas por los arzobispos toledanos), casi otros tantos libros del siglo XX; el fondo Malagón Barceló, que recoge la mayor parte de la producción de los exiliados durante sus años en Méjico y otros países iberoamericanos más importantes de todo el país. Por ello, cuando no estamos sobrados de bibliotecas, resulta paradójico que se cierre una.
La Biblioteca Pública del Estado en Toledo lleva desde hace años una vida azarosa: asfixiada, tuvo que cerrar su salón de actos en 1973 y convertirla en nuevo depósito para poder seguir incorporando nuevos volúmenes; adquirido en 1979 por el Ministerio de Cultura el edificio colindante de Santa Fe para ampliar sus instalaciones, dos años después el entonces Director General, Javier Tusell proyectó la división de este último inmueble entre el museo de Santa Cruz, la biblioteca y el archivo histórico porvincial, división que ocasionó una fuerte polémica en la ciudad y que  no solucionaba los problemas de espacio de ninguna de esas instituciones. Ahora, para acoger 30.000 volúmenes de la Colección Borbón-Lorenzana que se encontraban en la antigua y ruinosa sede de la biblioteca provincial, cierra sus puertas, con expreso consentimiento de la Dirección General de Libro y Bibliotecas y cuando había soluciones diversas (como el traslado de esos volúmenes al contiguo convento de Santa Fe). La sala de lectura, como ayer el salón de actos que daba vida a la Casa de Cultura  (de la que sólo queda hoy la pomposa denominación), se utiliza ahora para depósito, dicen que provisionalmente. Pero miedo, pavor, nos dan las soluciones provisionales que se adoptan en este país.
En Toledo un centenear de amantes de la cultura (historiadores, artistas, poetas, novelistas, representantes de instituciones ciudadanos y organizaciones vecinales) han firmado un manifiesto apoyando a la biblioteca pública toledana, unidos por el carácter progresista y la ilusión porque el cambio sea real en esta ciudad. Pero todo ello no puede eximirnos de seguir ejerciendo la crítica cuando sea necesaria.
La apertura de la biblioteca toledana es un primer paso que exigimos; el siguiente será su dinamización ( con aumento de personal técnico y auxiliar) y popularización: su acercamiento a todos los toledanos. Y respecto al contencioso que enfrenta a museo, archivo y bilbioteca para repartirse la “tarta” de un edificio sobre el que efectuar su legítima expansión, nuestra postura es clara: la formación de una comisión que formule la mejor solución para la ciudad. Repetir los procedimientos dictatoriales de antiguos directores generales que decretan desde Madrid y cambiaban de opinión cada vez que se publicaba un artículo en la prensa, sería lamentable.
La biblioteca es, según la UNESCO, una “fuerza viva al servicio de la enseñanza, la cultura y la información”y “un instrumento indispensable para fomentar la paz y la comprensión”. Si el interés por la cultura y por las bibliotecas es real, hoy pedimos una prueba de, al menos, buena voluntad: que la biblioteca de Toledo abra sus puertas al público, y que lo haga con rapidez y dignidad.


* Carta al Director. Diario 16 (21-6-1983), p. 4. Redacté y fui primer firmante de esta carta. Texto recogido en el libro Combates por la biblioteca pública en España, págs. 241-243.

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