sábado, 11 de febrero de 2006

Palabras en un 11 de febrero



Palabras en un 11 de febrero

(Pronunciadas en el Salón de Mesa, sede de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, con motivo del homenaje que un grupo de compañeros y amigos me dedicó por el cese en mi puesto de Jefe del Servicio Regional del Libro, Archivos y Bibliotecas de Castilla-La Mancha. Toledo, 11 de febrero de 2006).

            Madrugada del 11 de febrero. Esta mañana un grupo de amigos y amigas van a testimoniarme  su amistad. Ignoro todo acerca de este acto. Sólo tengo una certeza: lo hacen con cariño. Desde hace aproximadamente un mes me ha sacudido una oleada de cariño, muchas palabras han volado hacia mí procedentes de todos los rincones, de pueblos y ciudades, de localidades de Castilla-La Mancha y de buena parte de las tierras de España. Palabras cercanas unas veces y la mayoría venidas a través de las nuevas tecnologías de la información. Muchas llamadas telefónicas consiguieron que se me hiciera un nudo en la garganta; y centenares de correos electrónicos me trajeron verdaderas confidencias que rezumaban amistad. Tengo que confesar que muchos de ellos, procedentes especialmente de zonas rurales de mi región, venían tan cargados de sentimiento que a menudo han hecho que mis ojos se humedezcan. En realidad eran correos que no contenían palabras: a través de las redes llegaba el corazón de quien lo escribía, de muchos de vosotros y de quienes hoy no han podido físicamente  estar pero tengo la certeza de que están entre nosotros. Muchas gracias a todos.

            Probablemente bastaría esta mañana con que yo pronunciase esta palabra. GRACIAS. Una palabra única, pero en ella estarían también todos mis sentimientos de estos días, sentimientos muchas veces guardados en lo más hondo de mi ser pero que otras veces han aflorado necesariamente y los he compartido con vosotros y con otras personas no procedentes del mundo de la lectura, los archivos y las bibliotecas pero que también se encontraron conmigo y ahora me han recordado que seguían donde siempre: en la amistad más plena.

            Desde 1973, cuando inicié mi actividad profesional en el servicio de bibliobuses que Julia Méndez y su equipo del Centro Coordinador Provincial de Bibliotecas pusieron en marcha, hasta ahora, que acabo de finalizar un largo viaje de 16 años como responsable técnico del Servicio Regional del Libro, Archivos y Bibliotecas de Castilla-La Mancha, he luchado por conseguir que el acceso a la lectura pública fuese un derecho real de todas las personas. Y he visto cómo en esa larga marcha cada vez éramos más los profesionales que clamábamos pidiendo bibliotecas para todos. Yo tal vez he sentido en ocasiones demasiado grande la carga y quizá por ello sentí en momentos determinados la soledad del corredor de fondo. Pero tal vez el ritmo trepidante de la carrera no me dejaba vislumbrar que a mi lado estaban otros muchos clamando por el mismo ideal.

            En octubre del año 2004 escribí un poema que titulé Tengo la voz ronca de clamar, y que constituyó el prólogo a una conferencia que pronuncié en Murcia con el título de La Biblioteca Pública, derecho de los ciudadanos.



Tengo la voz ronca de clamar.

Son ya muchos años de gritar,

como un profeta en el desierto.

Palabras, palabras, palabras lanzadas al viento

defendiendo un derecho que se niega

como el pan y el agua se niega en tantos países de la tierra.



Y sigo caminando.

A veces soy un peregrino de esperanza,

pero tantas veces siento el deseo de quedarme quieto…

y callado,… en silencio….



Es cierto

que ya somos un verdadero ejército

que lucha a favor del libro,

que sueña con que algún día

todos puedan acceder a bibliotecas repletas de palabras y pensamientos,

todos puedan disfrutar

de información en libertad. y en convivencia.

Y, sin embargo, renacen gigantes que muestran sus dientes afilados,

que pretenden segar la cosecha de un trigo

que aún no tiene el tiempo necesario.



Sí, en verdad somos un ejército inmenso,

bibliotecarios para un servicio público esencial,

cada uno en su barrio, en su ciudad, en su pueblo,

ofreciendo exquisitos manjares a quienes los demandan,

a quienes los aceptan, a tantos que aman las palabras.



          Somos un ejército de paz y de palabras,

pero demasiadas veces yo siento

que soy un corredor de fondo y voy solo corriendo,

sin nadie a mi lado,

y la meta se me antoja lejana,

infinitamente lejos,

y entonces me siento sin fuerzas,

y cesaría en mi empeño

si no fuera por Dios y por el Viento.



Información y lectura son derecho de todos,

derecho de los que viven en las grandes ciudades

derecho de los que viven en las áreas rurales,

en municipios medianos o en pequeñas aldeas,

derecho de los niños y también de los jóvenes,

derecho de los ancianos y de todos los adultos,

de hombres y mujeres y de pobres y ricos,

de inmigrantes que llegaron de tierras lejanas

y de quienes crecieron a la sombra de los árboles de su ciudad.



Y, sin embargo, se sigue negando este derecho

como se niegan el pan y el agua en tantos lugares de la tierra.

¿Cuándo bibliotecas para todos?

¿Cuándo políticos que asuman este derecho con valentía y firmeza?

A caminar, a caminar,

a seguir proclamando las palabras,

aunque el cansancio  amenace por los cuatro costados

y te sientas señalado por el dedo como un soñador enloquecido.



             Hoy quiero pedir perdón públicamente. Tal vez yo creí que iba siempre en vanguardia, cada vez aportando nuevas ideas y soluciones, pensando que yo portaba el estandarte en el que enunciábamos la utopía de la universalización del acceso a bibliotecas públicas para todos los ciudadanos. En realidad yo era el pregonero, el encargado de difundir vuestros sueños y anhelos, vuestras necesidades; yo era el gestor que en los despachos y en los foros técnicos y científicos llevaba vuestras palabras. Yo erraba, estaba equivocado radicalmente cuando me veía a mí mismo como un atleta que en la larga carrera establecería nuevas marcas, indicadores magníficos que teníamos que mostrar para que los presupuestos creciesen y pudiésemos construir entre todos el gran edificio bibliotecario de nuestra Comunidad Autónoma. En realidad, vosotros, amigos y amigas, poníais ladrillo a ladrillo, piedra a piedra, el edificio de la Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha. Y yo, que siempre he hablado de equipo y me he sentido totalmente orgulloso de mi equipo, tal vez no vislumbré nítidamente que el equipo era inmenso, un verdadero ejército de paz y de palabras.

            Y en este año 2006, desde que supe que llegaba la hora de bajar de la nave en la que habíamos hecho la larga travesía, he visto, aún con más luminosidad, que nunca estuve solo, que esta maratón era en realidad una carrera de relevos en la que cada uno llevaba el testigo cuando era necesario.

            Ahora cambio de nave y de mares. En este impresionante Salón de Mesa, cuando a finales de 1992 pronuncié mi discurso de ingreso como académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, inicié mi intervención recordando uno de los versos de León Felipe: “No sabiendo los oficios los haremos con respeto”. Hace unos días, cuando redactaba mi carta pública de despedida, quise empezarla recordando este mismo verso. Mi oficio los últimos 16 años me ha apasionado y tal vez era bueno cambiar para “que no hagan callo las cosas ni en el cuerpo ni en el alma”. Cuando estaba con vosotros, cuando defendía con ardor mis opiniones, tal vez tenía el oficio tan aprendido, tenía tanta certeza en lo que pensaba, que quizá haya habido personas que se han sentido atacadas por la fuerza y la pasión que yo mostraba. Desde luego no fue jamás esa mi intención, pero quiero pedir perdón si alguien se sintió ofendido cuando yo defendía vehementemente mis ideas.

            Así que me acojo de nuevo a la idea primitiva de mi querido León Felipe:



            Ser en la vida romero,

            romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.

            Ser en la vida romero,

            sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

            Ser en la vida romero…sólo romero…

            …pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,

            ligero, siempre ligero.



            Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,

            ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos

            para que nunca recemos

            como el sacristán los rezos,

            ni como el cómico viejo

            digamos los versos.



            Finalizo. En este mismo Salón de Mesa pronuncié también hace unos años el discurso de apertura del curso académico de esta Institución, con el título Lectura pública en la provincia de Toledo (1771-1997). Comenzaba mi intervención con estas palabras:  “Sueño con un día en el que todos los hombres y mujeres, los niños y las niñas, todas las personas de España puedan acceder a la lectura y a la información, y se cumplan así los derechos que, en relación a las funciones que se realiza desde las bibliotecas públicas, enuncia la Constitución. Pero mientras tanto, la Historia es un buen camino para la esperanza”.

            Que este sueño se cumpla sigue siendo mi anhelo. Lo realizado durante los últimos años en el Servicio Regional del Libro, Archivos y Bibliotecas es ya historia también. Una labor que he tenido el placer de dirigir pero que ha sido fruto del trabajo, del esfuerzo ilusionado de muchas personas. Pero las personas pasamos y son las Instituciones las que deben permanecer. En concreto, os formulo un ruego: que sigáis acompañando a mis compañeros y compañeras del SERLAB, infatigables acompañantes de singladura y de esperanza. Ellos y la persona que se haga cargo del timón del SERLAB están llamados a continuar la historia  y a seguir escribiendo páginas para conseguir que la utopía por la que hemos luchado se cumpla plenamente.

            Mi agradecimiento a todos los profesionales que con vuestro trabajo diario están haciendo posible la transformación de la realidad de los archivos y bibliotecas.

            Mi gratitud a los sucesivos equipos políticos de las consejerías de Educación y Cultura primero y después de Cultura, por la confianza que me dispensaron y por haberme permitido desarrollar una labor que ha sido para mí apasionante, y en una tierra, Castilla-La Manchas.

            Quiero resaltar que estoy totalmente en deuda con las diversas asociaciones profesionales que desarrollan su labor en Castilla-La Mancha. Especialmente a ANABAD, a la B.A.C. (Bibliotecarios Asociados Conquenses) y a ABIBA (Asociación de Bibliotecarios de Albacete). Su apoyo, sus mensajes de aliento y, sobre todo, su trabajo cotidiano y permanente para que mejore la realidad bibliotecaria de nuestra Comunidad Autónoma y de sus profesionales son dignos de elogio.

            Gracias también a los promotores de este acto y a todos vosotros, que habéis acudido para testimoniarme vuestro afecto y amistad. No hace falta que os diga que este acto, que todas las palabras pronunciadas, que todos vuestros gestos de complicidad y cercanía permanecerán en mi corazón.

            No me atrevo a pronunciar ningún nombre en especial. Todos estáis muy dentro de mí. Con muchos de vosotros el contacto ha sido más lejano, en reuniones o cursos, en presentaciones de programas, a través de los instrumentos de comunicación que fuimos articulando,…Con otros, hemos luchado codo con codo. Hemos saboreado la alegría de la puesta en marcha de proyectos que anhelábamos y hemos compartido también la amargura de la incomprensión y de las parálisis. Pero, finalmente, con todos creo que hemos militado en la esperanza.

            Doy gracias a Dios, que me fue trazando los caminos y con su Amor hizo que siempre me sintiera persona en camino y con una brújula muy especial que marcaba mi vida: Cristo resucitado, que me ha ayudado siempre a dar un sentido a mi actividad profesional y a luchar por los demás.

            Mi agradecimiento a mi familia, especialmente a mi mujer y mis cuatro hijos. Demasiadas veces he cometido el error de que mi trabajo compitiera duramente con mi vida familiar.

            Y, cómo no, gracias a la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, por haber abierto sus puertas para que todos nosotros podamos compartir en esta mañana tantos sentimientos y palabras.

            Ya me voy. Me preguntas qué me llevo: mis manos vacías y mi corazón lleno de esperanza. Con estas palabras de Tagore termino, no sin antes pronunciar una vez más una palabra que hoy me parece mágica e imprescindible: GRACIAS.


Juan SÁNCHEZ SÁNCHEZ

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