Contra las bibliotecas públicas
Felipe II
pronunció en 1588 la célebre frase “No he enviado mis naves a
luchar contra los elementos”. Y un sentimiento similar siento yo
cuando escucho, perplejo, frases e ideas infravalorando las bibliotecas
públicas. En realidad, simplificando, podría afirmar que hay personas que
parecen estar en contra de las bibliotecas y ahora, en época de crisis y de
menores recursos, justifican sus medidas atacando a estos servicios públicos a los que la legislación
española les viene negando su mayoría de edad y su importancia estratégica.
En general, como he dicho, hasta la saciedad, los
políticos españoles no han destacado precisamente por su apoyo o defensa de las
bibliotecas. Muchos escritores, con excepciones como Muñoz Molina y otros,
tampoco dieron demasiada importancia a las bibliotecas, a pesar de ser la
puerta democrática al conocimiento, la cultura y la educación permanente.
Incluso hay especialistas que se aventuran a afirmar que las bibliotecas en la
era de internet no se precisan o necesitan menos recursos económicos y humanos.
Sobre el desinterés de los políticos he insistido que aquellos que no valoren,
protejan y apoyen las bibliotecas públicas serán expulsados de la vida pública
por los ciudadanos en próximas elecciones.
En cuanto a
aquellos gestores que se atreven a afirmar que en la era digital hacen falta
menos bibliotecarios y menos recursos económicos y técnicos, en sus
declaraciones e informes ya llevan la penitencia: la ignorancia y la osadía de
hablar de centros que no conocen, que no valoran y que no aman les descalifica
en su actividad. Seguro que no se atreverían a afirmar que en los hospitales,
centros de salud o en las escuelas y otros centros educativos, ya no hacen
falta médicos, enfermeras o profesores, porque todo el conocimiento está en
internet. Pero esos servicios públicos siempre han sido considerados esenciales,
básicos para la sociedad, para los ciudadanos. Pero ¿y las bibliotecas
públicas? Según ellos son centros no esenciales, no necesarios, de “segunda
división” dirían; y, consiguientemente, pueden funcionar sin personal, sin
recursos y sin apoyo.
Claro que
algún día los ciudadanos promoverán una rebelión a favor de las bibliotecas
públicas y entonces todos esos mediocres gestores comenzarán a conocer el valor
de las bibliotecas, de los profesionales que constituyen su corazón y de los
millones de ciudadanos que cada día visitan y utilizan sus instalaciones.
Publiqué hace apenas un año una novela que titulé Rebelión por la Biblioteca donde están las claves de la rebelión
ciudadana para luchar a favor de las bibliotecas.
Las
bibliotecas públicas no son sólo lugares de estudio, depósitos de libros y
audiovisuales, de conservación del conocimiento y las ideas, templos del saber…,
según se escucha. En nuestra época, las bibliotecas son esenciales para el
desarrollo de la cultura democrática y constituyen lugares de encuentro, debate
y convivencia, centros de propuestas para la comunidad local, lugares donde se
respira libertad y donde se forman ciudadanos libres y críticos. Por ello las
Administraciones Públicas tienen que invertir en bibliotecas, porque en ellas
se crece como personas, se construyen ciudadanos que tienen como base la
lectura y la información. Lo he dicho otras veces: “Los ciudadanos necesitan
bibliotecas en sus vidas”. Por
ello, los presupuestos de las distintas Administraciones Públicas tienen que
considerar a las bibliotecas una prioridad política. No puede gastarse dinero
en cultura de escaparate y que los presupuestos para las bibliotecas públicas
sean tan escasos y sigan decreciendo en todo el país.
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