Soñadores y
visionarios de las bibliotecas públicas en Castilla-La Mancha
Al
hilo de la XIX Jornada de Gestión de la Información de SEDIC, celebrada
hace unos días en la Biblioteca Nacional de Madrid, veo el importante camino
que hemos seguido en Castilla-La Mancha. El título de la Jornada era muy
sugestivo: “Regreso al futuro:
Visionarios de Ayer, Hoy y Mañana”. En la presentación se habló de los grandes
pasos que los archivos y las bibliotecas habían dado en las últimas décadas y
de la influencia de grandes visionarios. También se citó a personas de épocas
anteriores, como María Moliner, que soñó y diseñó un plan de bibliotecas para todo el
país.
Desde Castilla-La
Mancha, nuestro sueño fue la universalización del derecho de acceso a servicios
bibliotecarios. Con una comunidad autónoma con dos millones de habitantes,
mucha dispersión territorial, municipios
muy pequeños y con una gran extensión, lo establecido por la legislación nacional
dejaba a la mayoría de las localidades de la región sin servicios
bibliotecarios. La ley de bases de régimen local establece la obligatoriedad de
que los municipios de más de 5.000 habitantes tengan biblioteca; pero nada más.
La biblioteca no se regula como servicio público obligatorio, ni hace alusión a
cómo afrontar este servicio en los municipios más pequeños. En 2007 se perdió
una gran oportunidad, cuando se debatió la Ley
10/2007, de 22 de junio, de la lectura, del libro y de las bibliotecas: finalmente
se suprimieron todas las mejoras que los distintos partidos y las asociaciones
profesionales habían incorporado y
la Ley no resolvió ninguno de los
problemas históricos sobre este servicio público. Se limita a hacer
definiciones y a hablar de cooperación, siempre voluntaria y no de
coordinación, que es obligada
En Castilla-La
Mancha, especialmente en el período 1991-2005, el Gobierno regional, de la mano
de un equipo técnico que constituía el Servicio Regional del Libro, Archivos y
Bibliotecas, enarboló la bandera de la democratización de las bibliotecas: las
bibliotecas constituyen un derecho ciudadano, vivan donde vivan. Y se puso en
marcha un plan basado en criterios de cofinanciación y corresponsabilidad,
estableciéndose subvenciones para los municipios destinadas a la contratación o
mejora de contrato de bibliotecarios, adquisición de colecciones
bibliotecarias, informatización, actividades culturales e inversiones. El resultado fue un gran desarrollo de
servicios bibliotecarios, utilizando la Biblioteca de Castilla-La Mancha como
espejo en el que se mirase la sociedad regional y los políticos de nuestros
municipios; y se puso en marcha una red de unas 500 bibliotecas, en todos los
municipios de más de 1.000 habitantes e incluso en otros de menor población.
Además se impulsó el plan de bibliotecas móviles para atender a las pequeñas
localidades que carecían de biblioteca pública. Con pocos recursos, Castilla-La
Mancha, lideró ideológicamente, quiero decir, desde el punto de vista de cómo afrontar
este servicio público, las políticas bibliotecarias en España y fuimos
referente para otras regiones.
En suma, en Castilla-La Mancha fuimos pioneros y luchamos para que todos los
municipios mayores de 1.000 habitantes dispusieran de biblioteca, e incluso los
de menos población si los ayuntamientos estaban dispuestos a invertir en
cultura en lugar de priorizar otro tipo de actuaciones (fiestas, tirar cohetes,
corridas de toros....). Era la utopía de la universalización de los servicios
bibliotecarios. Esta realidad impulsó en
una nueva ley regional de bibliotecas, largamente anhelada, que establecía
por fin esa obligatoriedad: se daba cuerpo legislativo a una realidad que se
había creado. Las bibliotecas constituían una verdadera constelación de estrellas
que iluminaban la cultura y el conocimiento en nuestra región.
La crisis
económica, con la falta de liquidez presupuestaria, obligó ya desde 2010 a
abandonar esa política de apoyo a las bibliotecas, justo en el momento en el
que las Cortes de Castilla-La Mancha aprobaban una ley de bibliotecas que es
sin duda la más democrática y progresista de nuestro país. La Ley 3/2011, de la lectura y de las bibliotecas de Castilla-La Mancha,
estableció el compromiso de financiar los servicios bibliotecarios de forma
compartida desde la Junta, las diputaciones provinciales y el respectivo
ayuntamiento. Pero desde entonces, los ayuntamientos de nuestra región están
solos ante el peligro: El Gobierno
regional abandonó a las bibliotecas
municipales a su suerte. La Junta, que lideró una política bibliotecaria que
fue calificada como “motor de las bibliotecas españolas” por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez,
ha incumplido las obligaciones de la Ley, no aportando presupuestos para las
bibliotecas municipales ni desarrollando los preceptivos convenios.
Corremos el
riesgo de que la Red de Bibliotecas de Castilla-La Mancha se derrumbe como un
castillo de naipes si no hay financiación regional. Las asociaciones
profesionales han reclamado que los presupuestos del año 2018 contengan
partidas por un total de cuatro millones de euros para asegurar una
financiación que evite la parálisis de una Red de Bibliotecas que tiene como
socios a un tercio de la población regional. Yo mismo vengo insistiendo en la
necesidad de que al menos se presupuesten tres millones de euros para los
programas de contratación de bibliotecarios, colecciones bibliotecarias,
actividades de animación a la lectura y equipamientos.
La biblioteca
pública es un servicio esencial en los municipios: me atrevo a decir que el más
importante junto a los centros educativos y los centros sanitarios. Es la
puerta democrática para el acceso a la cultura, la educación permanente y la
información, y además tienen un fuerte compromiso social. Apenas se destinan a
este servicio unos 12 € por habitante y año por el conjunto de las
Administraciones Públicas. Yo espero que los diputados regionales sean
visionarios y defiendan a las bibliotecas con su apoyo en las Cortes. Sería
grande, y un ejemplo para todo el país, que los tres grupos políticos de nuestro
parlamento acordasen una enmienda a los presupuestos que garantizase la
actividad cotidiana de las cerca de 500 bibliotecas públicas y que los
restantes pueblos de la comunidad pudieran beneficiarse de servicios de
biblioteca móvil, que ahora no siempre es posible. El resultado sería una
comunidad autónoma totalmente abierta a los servicios bibliotecarios: estas
partidas serían las mejores para garantizar una sociedad más lectora y
participativa y para influir poderosamente en la construcción de ciudadanos más
libres, críticos, tolerantes y solidarios.
Sé que muchas son
las necesidades de nuestra región. Pero, sinceramente, dedicar tres o cuatro
millones de euros a unos centros que cada año recibe más de seis millones de
visitas de usuarios, es poco dinero si se compara con otro muchos servicios: a
las bibliotecas, al contrario que a los centros educativos o sanitarios, los
ciudadanos van libremente. Las bibliotecas son el santuario de la libertad de
expresión y la mejor opción para colaborar en una sociedad más justa y plural.
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