HIJO DE DIOS Y DE LA
IGLESIA:
Presencia de un cristiano en la vida pública.
La experiencia de la fe caminando
en la Iglesia
Conferencia testimonio en el Seminario Mayor San Ildefonso de Toledo
6 de diciembre de 2017.
Día de la Constitución
HOMBRE EN CAMINO
Me siento hombre en camino. Mi primer libro de poemas quise
titularlo así: Hombre en camino. Con
cierta sorpresa cuando preparé el libro Hijo de Dios y de la Iglesia, veo
escrita esta expresión en algunos de mis artículos a lo largo del tiempo. Esta
reiteración tal vez se debe a que así me veo realmente. Intentaré resumir mi
propia trayectoria vital, pues se me antoja necesario para poder analizar
realmente mi respuesta como cristiano a esta misión, a este verdadero reto que
es tener una presencia pública, ser testigo del evangelio.
Nacido en Toledo el 6 de septiembre de 1952, en el
barrio de la Antequeruela, en la parroquia de Santiago el Mayor o del Arrabal,
a los pocos días fui bautizado en su bellísima pila bautismal. Un año después
marcharía con mi familia a un pueblo cercano: Nambroca, donde
instalaron un comercio de droguería, perfumería, mercería…un poco de todo. Allí
residí durante mi infancia, adolescencia y
primera juventud. Recuerdo mis vivencias en la Iglesia parroquial:
catequesis, monaguillo, descubrimiento de los sagrados misterios en la Semana
Santa, fiestas patronales…. Yo tenía 13
años cuando sucedió la temprana muerte de mi padre, cuando el año 1965 cerraba
sus puertas. Abandoné los estudios y me dedico a ayudar a mi madre en la
pequeña tienda. Realizo los tres primeros cursos de bachillerato de forma
libre, ayudado por el maestro local, José López Lara. Y al conseguir una beca
del PIO (Patronato de Igualdad de Oportunidades) empiezo a realizar 4º de
bachillerato en el Instituto de Toledo. En
1971 retornamos a Toledo y, tras una estancia corta en la calle del Cristo de
la Luz, fuimos a vivir a la calle Azacanes, de nuevo en la Antequeruela que me
vio nacer. Años de estudio, de actividad cultural y asociativa, en la que un
grupo formamos la Asociación de Vecinos de Antequeruela-Covachuelas.
Los
años de mi primera juventud se caracterizaron por el descubrimiento de la
cultura, especialmente de la poesía y el teatro, articulando un grupo, y el
inicio de una crisis de fe. En clases de religión, en COU, fui contestatario y
antireligioso o al menos anticlerical: los dos sacerdotes jesuitas explicaban
los documentos del Concilio Vaticano II. Al mismo tiempo me influyó el existencialismo,
sin descubrir claramente el sentido de mi vida. Discusión con los compañeros:
ellos basan el cristianismo en la resurrección de Cristo, que yo no entiendo y
niego. La crisis la llevo a los propios exámenes: en filosofía ataco las vías
de Santo Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios, por el
sufrimiento, el mal, las catástrofes naturales….
Descubro
la Biblioteca del Miradero, en la que pasaba muchas horas hasta volver en
autobús al pueblo. Allí lugar para la lectura y el estudio.
En
COU conocí a la que luego sería mi esposa: Pilar, Empezamos a salir en pandilla. También inicié
una experiencia parecida a la laboral, en la Biblioteca Provincial. Fue mi
segundo encuentro con la biblioteca, ahora como trabajador sin contrato. Pilar fue
el vehículo del que se sirvió el Señor para que yo retornase a la nave de la
Iglesia. Y junto a ella reinicié mi camino de fe. Tras participar en la vida
litúrgica de la parroquia, leyendo la Palabra de Dios en la eucaristía
dominical, formamos parte de un grupo de jóvenes cristianos que puso en marcha
el coadjutor de la parroquia, Miguel Sánchez Torrejón. Desde el 9 de
julio de 1973 trabajo en el bibliobús (biblioteca móvil). Experiencia muy
gratificante. Recorrí buena parte de la provincia de Toledo en una de las dos
bibliotecas móviles que el Ministerio de Educación destinó a esta provincia.
Octubre del 73 es un año mágico: iniciamos nuestro noviazgo y comenzamos estudios universitarios: yo de Geografía e
Historia, en el Colegio Universitario, en el edificio Lorenzana; y Pilar de
Magisterio. Por mis horarios laborales
no voy a clase. Leo mucho en el bibliobús.
Cada día nos encontramos tras mi
vuelta a Toledo finalizada la jornada de trabajo y estudiamos juntos, en un
bar, a la caída de la tarde. Así hasta
1976, fin del trabajo. Tras dos intentos, en octubre de 1976 comienzo a
trabajar como funcionario del Instituto Nacional de Previsión (hoy INSS), con
destino en el Servicio de Suministros del Hospital Nacional de Parapléjicos.
También
estoy en contacto con HOAC, asistiendo a alguna reunión. Por mis actividades
culturales en el Instituto, se me relaciona con la izquierda política, con los
comunistas. Lo cierto es que acudo a alguna reunión en la que nos intentan
formar con la lectura de alguna de las obras clásicas de Marx y otros autores.
En
enero de 1977 iniciamos unas catequesis para jóvenes y adultos del Camino
Neocatecumenal. Vivimos la primera Pascua ya como miembros de la primera
comunidad de Santiago el Mayor. Me pilló en una época de descubrimiento de la
fe. Con el grupo de jóvenes habíamos madurado. Para mí fue una experiencia gozosa y muy fuerte, y yo tenía el ideal de
vivir como aquellas comunidades cristianas primitivas que nos describe el libro
de los Hechos de los Apóstoles o
vemos en otras cartas del Nuevo Testamento. Descubrí en aquellos días qué estaba llamado a ser y me mostraron la fotografía del hombre nuevo, a imagen de Jesús. Y creí sin reservas en esa
promesa. Luego descubriría las dificultades del camino y cómo mis propias
limitaciones, incluso mis pecados, hacían lento y complejo ese camino hacia la
santidad a la que todos los bautizados estamos llamados: un hombre que
nacerá de las bienaventuranzas. Esa es la promesa, que yo me creo a pie
juntillas.
Pero
nuestro noviazgo entra en crisis y estamos a punto de abandonar. En agosto de
1978 nos casamos, fiados del Señor y de la Iglesia.
Muy
pronto fuimos catequistas. El Señor permitió que iniciara una kenosis, un
descendimiento. Me vi lleno de fango, de pecado. A pesar de ello hice la misión
evangelizadora, predicar el Kerigma. Comprobé entonces que la Buena Noticia era
muy importante pero no quienes la llevábamos. Vi que era una pobre vasija de
barro a pesar de que contenía un verdadero tesoro. Eso fue fundamental para
caminar con humildad. Yo me creía fuerte, criticaba….Y el Señor permitió que
bajara a los infiernos. Pero me mostró siempre su misericordia.
Aquí
descubro uno de los rasgos esenciales de la vida del cristiano y del camino de
todo creyente: Los cristianos tenemos un tesoro que llevamos en vasijas de
barro. Somos pequeños instrumentos, pero Dios nos otorga la libertad de actuar
en este mundo, de ser sembradores de paz y esperanza, de verdad y
libertad. Por ello mis dos libros de
vivencia del camino no nacen desde la presunción sino como un modo de
compartir. Ojalá sean de ayuda a otros laicos, animándoles a expresar su
vivencia y creencia cristiana. O a otros miembros del pueblo de Dios, a
vosotros camino del sacerdocio: es una gran responsabilidad estar aquí hoy,
hablando de la vida de un pobre pecador, y de cómo el Señor me ha ido moldeando
para colaborar en la evangelización y en
transmitir la Buena Noticia del Amor de Dios a esta generación.
Pero hay
otro gran descubrimiento en mis años iniciales del Camino Neocatecumenal: si en
mis años de primera juventud no aceptaba la resurrección de Cristo y que
estuviera vivo entre nosotros, la experiencia en la comunidad es muy clara:
Cristo vivió y resucitó, y está vivo entre nosotros. Es un gran misterio sólo
aceptado desde la fe y la experiencia de un encuentro personal con Jesucristo.
Y ésta es la utopía de los cristianos: ser testigos de Jesucristo, siendo
miembros de la Iglesia,
manifestando sentirnos Hijo de Dios e intentando hacer presente ese Amor de
Dios a las personas con las que nos ha tocado convivir. Aunque sea con
precariedad, intentar ofrecer una respuesta a la llamada de hacer presente el
Reino de Dios a esta generación desde los distintos ámbitos de mi vida
profesional, cultural, familiar… Lo vi muy claro cuando hicimos la experiencia
de evangelizar de dos en dos por las calles de la parroquia. La gente se
sorprendía cuando les anunciábamos que Cristo estaba vivo, aunque aceptasen
incluso la resurrección de Cristo. Pero era nuestra experiencia: habíamos
resucitado con Cristo en nuestros pecados y habíamos visto su rostro amoroso,
misericordioso.
Muy pronto,
complementando mi actividad profesional y mi labor investigadora, vinculada a
mis estudios de Historia, comencé a desarrollar una esporádica pero bastante
habitual labor en los medios de comunicación toledanos. Fundamentalmente eran
artículos de temática cultural, de bibliotecas, de viajes por lugares de la
provincia…También inicié mi presencia en congresos de carácter histórico. Gané
mis primeros premios como historiador, articulé un movimiento que llamamos Comité Permanente de apoyo a la Biblioteca
Pública de Toledo y junto a un pequeño grupo de amigos surgidos de los
estudios de Geografía e Historia pusimos
en marcha algunos proyectos culturales y bibliográficos. Participé en
asociaciones como la de los Montes de Toledo, los Amigos de la Universidad… O
en iniciativas culturales como El Patio
Toledano. En 1983, recién nombrado el primer gobierno regional, tuve el
ofrecimiento de formar parte del equipo de la Consejería de Educación y
Cultura, que se materializó en enero de 1984. Se iniciaba otro camino en mi
vida.
En la Sala de Grados del Seminario, pronunciando la conferencia. Con el Rector del Seminario, D. José María Anaya
CUARENTA AÑOS DE CAMINO Y DE
PRESENCIA PÚBLICA
Estos
días se cumplen precisamente 40 años de camino, desde que fuimos evangelizados
por un equipo de catequistas de la parroquia de Santiago y san Juan Bautista de
Madrid, con Manolo Viñas como responsable.
No sé si es imagen de los 40 años de desierto del pueblo de Israel, de
camino. En realidad, el Señor me ha permitido ir descubriendo el sentido de mi
vida y sus características. Una de las cuestiones que ahora tengo claras es que
el camino dura toda nuestra vida, y el camino de la fe permanece desde nuestro
nacimiento por el bautismo como Hijo de Dios y de la Iglesia hasta nuestra
muerte, hasta que se inicie la Vida Eterna. Está bien catequeticamente que
hablemos de unos pasos en el Camino y del fin del Camino, cuando en realidad
renovamos nuestras promesas del bautismo, pero el camino tiene la misión de
hacernos santos y eso sólo será un fruto que haga el Señor al final de nuestros
días. Pero el camino en la fe sólo puede
vivirse en la Iglesia, sustentado por la Iglesia a través de sus presbíteros y
catequistas y siempre con el sustento de la oración, la eucaristía, los
sacramentos y la palabra de Dios. No se puede ir por libre en la Iglesia,
necesitamos el Amor de Dios y el apoyo de los hermanos, de la experiencia de
los hermanos fundamentalmente. Y el
Señor, que nos va acompañando en nuestro camino, nos hace probar como primicias
su Amor y esas alianzas son las que nos ayudan a seguir caminando,
especialmente en los tiempos oscuros, en los momentos de desánimo, de desierto…
Recuerdo con emoción cuando proclamé el Credo en la parroquia. Tal vez no era
plenamente consciente de lo que eso significaba pero luego me ha marcado: no
hay caminar en la fe si no la acompañamos de la obra de Dios en nuestras vidas.
Y esa buena noticia tenemos que proclamarla gozosamente, cada uno en nuestro
ambiente. Personalmente, el Señor me ha ayudado, me ha dado una serie de carismas
que creo que, aunque en humildad y pobreza, me han ayudado a ser testigo de
Cristo. El tesoro que llevamos en vasos de barro no podemos guardarlo para
nosotros: tenemos que compartirlo, regalarlo a los demás, creyentes o no
creyentes. Y esa es nuestra misión: evangelizar, cada uno en sus fuerzas, que
no son las nuestras sino las que nos regala Dios. Y aquí entra la
característica de estos libro testimoniales: la presencia pública de los
cristianos. Podría resumir diciendo que coincide con mi redescubrimiento de la
fe la necesidad de vivir públicamente esa fe y de tener una presencia pública a
través de los carismas que me ha ido regalando el Señor. No sólo mediante la
evangelización explícita (fui muchos años catequista y responsable del Camino
Neocatecumenal en Toledo) sino de los caminos que se van abriendo en nuestra
vida y que exigen el testimonio de nuestra fe y de la obra de Cristo en
nuestras vidas.
En mi trayectoria
como cristiano he tenido, y tengo, muchos interrogantes. Lo cierto es que pueden
cometerse errores, pero hay que asumir riesgos y caminar. Hay gente que se
queda petrificada por el miedo al error; yo diría que el mayor error es
pararse, decidir no hacer nada, vivir una vida tibia. Por ello quienes a menudo
hemos tenido que tomar decisiones complejas en nuestra vida personal y de fe,
normalmente no ejercemos la crítica fácil y demoledora. Aunque la opinión
pública y publicada hoy mantenga que todos los políticos y muchos de los
representantes públicos en diversos ámbitos de la vida son corruptos y cosas
similares, probablemente seamos injustos. Diversos interrogantes me han
asaltado en estos años, y he intentado dar una respuesta coherente con la fe
que vivo.
LA
TRIPLE MISIÓN DEL CRISTIANO
Como bautizado, mi
caminar de fe me ha llevado a una constatación: todos los cristianos
participamos de la triple misión que emerge del bautismo: somos sacerdote, profeta y rey. La misión
sacerdotal nos empuja a hablar a Dios de los hombres, es decir, a rezar por los
hermanos; la misión profética nos envía a hablar de Dios a los hombres, a
anunciarles la Buena Noticia de su Amor; y, por último, la misión de reyes:
servir a los hombres en nombre de Dios, que nos invita a la caridad. Durante mi
vida he constatado la dificultad de aunar estas misiones, y, sin embargo, tengo
muy claro que ninguna de ellas podemos dejar de ejercerla. No hay obras sin
oración ni evangelización sin testimonio personal. No se trata de ser
perfectos, ni mucho menos de presentarnos como tales: el Señor nos precede en
nuestro caminar y nos acompaña. Pero no podemos engañarnos a nosotros mismos:
nuestra precariedad y nuestros pecados no nos eximen de cumplir con gozo esta
triple misión. Pero se precisa una fuerte vida de oración, que es el oxígeno de
la fe, para poder vivir como cristianos.
Realizada
esta premisa, deseo exponer que la presencia del cristiano en la vida pública
no es ni más ni menos importante que otros carismas, pero sin duda es muy
necesaria pues forma parte de nuestra misión evangelizadora. Esencialmente, se
trata en esta misión de anunciar a nuestra generación que “El hombre es amado por Dios”. Como expresa el documento Los
Laicos cristianos en su número 34: “Éste
es el simplicísimo y sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora
respecto del hombre. La palabra y la vida de cada cristiano pueden y deben
hacer resonar este anuncio: ¡Dios te ama, Cristo ha venido por ti; para ti
Cristo es el Camino, la Verdad, la Vida! (Jn. 14,6)
Personalmente
considero que lo esencial es estar y vivir en la Iglesia, pero es secundario
el modo de hacerlo, el movimiento o grupo en el que caminar. Respeto
totalmente todos los carismas. Claro que
doy gracias a Dios por haberme insertado en una comunidad neocatecumenal, pero
no me siento por ello mejor que otros hermanos que descubren día a día a Dios
en otros movimientos, o incluso simplemente en la parroquia. A mí el
Señor me ha ayudado a caminar especialmente a través de una Comunidad
Neocatecumenal. Redescubrir el Bautismo, renovar el bautismo, me ayudó a
intentar vivir los frutos del bautismo, a ser sacerdote, profeta y rey, que es
misión de todos los cristianos. Hay gente que dice que los neocatecúmenos somos
casi “angelistas”, que nos sentimos muy dentro de la liturgia pero fuera del
compromiso con el mundo. No es verdad. El Camino Neocatecumenal a mí me ha
ayudado a vivir con intensidad mi fe y a ser testigo. Pero respeto y quiero a
otros movimientos y asociaciones laicales, cada una con su carisma. Los
cristianos tenemos que vivir en amor y en unidad, y eso es lo que ayudará a los
no creyentes a volverse a Cristo. Pero también quiero a esas personas sencillas
que están en las parroquias, que no pertenecen a ningún movimiento y que tal
vez con su oración están edificando el mundo. Lo importante es sentirse hijos
de Dios y de la Iglesia,
a través de todos los caminos que el Señor y la Iglesia nos ofrecen. Cada uno tiene que descubrir la forma de
responder al inmenso amor de Dios y comunicar lo recibido. El hecho, por
ejemplo, de haber sido muchos años responsables de la comunidad de Santiago en
Toledo me permitió tener un contacto con el Cardenal D. Marcelo y con algunas
iniciativas eclesiales que me influyeron mucho. Tener una presencia pública es
el resultado de haber descubierto el Amor de Dios y de la Iglesia e intentar
comunicar en tus ámbitos la Buena Noticia de que Cristo resucitó y está vivo
entre nosotros.
CATÓLICOS
EN POLÍTICA
He tenido muy
presente siempre la Constitución “Gaudium
et spes”, del Concilio Vaticano II, que en su número 74 afirma: “La Iglesia alaba y estima la labor de
quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y
aceptan las cargas de este oficio”. No he militado nunca en un partido
político ni he tenido carnet de ninguno de ellos, pero colaboré con el PSOE en
la fase previa a su gran triunfo electoral de octubre de 1982. Recuerdo que,
junto a otras personas vinculadas al mundo de la cultura, me llamaron y
estuvimos durante meses debatiendo la situación y articulando propuestas. Y
escribí entonces artículos periodísticos que mostraron claramente mi posición y
formulaba nítidamente mis sugerencias de actuación, especialmente, en la vida
cultural de la provincia toledana y la naciente comunidad autónoma de
Castilla-La Mancha. Yo era un poco ingenuo –tal vez siempre lo he sido-. Mi mujer
me decía a menudo: “Eres un tonto útil”,
especialmente cuando aceptaba desempeñar tareas y cargos. Creo sinceramente que
no tenía pretensiones de ascensos, poder, prestigio social, etc.; aunque
todos podamos tener una dosis de vanidad pienso sinceramente que no era eso. En
unas de las primeras elecciones municipales el PSOE me ofreció ir en las listas
pensando en que asumiera la concejalía de cultura, pero no acepté.
En 1983, con el
triunfo del PSOE en las elecciones autonómicas, tuve el ofrecimiento de
trabajar en la consejería de Educación y Cultura. Se materializó en enero de
1984 y participé en unas tareas que estaban en la frontera de la vida política,
asumiendo sucesivos cargos en la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha,
que ya he mencionado antes. Siendo director del Gabinete del citado Consejero,
el propio Presidente me ofreció la dirección de su Gabinete, que no acepté. Sin
embargo acepté después, la dirección del gabinete del Vicepresidente, aunque
influyó mucho en la decisión la amistad creciente con Barreda y que nos
habíamos adaptado a trabajar juntos.
Lo cierto es que yo
no quería puestos, pero cada vez que rechazaba un ofrecimiento inmediatamente
venía otro. Y yo me preguntaba qué quería Dios de mí. Lo de Cultura es que
siempre me había gustado y no tuve especiales problemas en trabajar en ese
ámbito: me parecía que podía aportar algo a la sociedad, desarrollar viejos
sueños utópicos, poner en marcha proyectos por los que suspiraba hacía
años…Pero luego vinieron puestos más complejos, como el mencionado de director
del gabinete del Vicepresidente del Gobierno Regional.
Tras los cuatro años
en el gabinete de Cultura yo había decidido dejarlo y seguir trabajando en mi
puesto de funcionario público. Pero apenas habían pasado unos días cuando el
consejero me pidió que le acompañara en su nuevo cargo de consejero de
Relaciones Institucionales en el palacio de Fuensalida. Eran tareas de
coordinación administrativa y política y el ámbito de la comunicación del
Gobierno Regional. La cita de la Gaudium
et spes me impulsó a aceptar lo que para mí se avecinaba como una carga.
Después esa consejería se transformó en Vicepresidencia de la Junta y,
consiguientemente, mi puesto de director del gabinete también. Viví la política
en sus altos niveles por dentro. Supe que
personas muy significativas del PSOE no veían con buenos ojos que un
hombre que no era del partido estuviese en puestos de tanta responsabilidad. Yo
siempre me guiaba por mi conciencia y por la misión que como cristiano tenía en
la vida pública. Mi estancia en esos
puestos podía suponer una ayuda a personas, a promocionar el bien común, e
incluso a entidades eclesiales. Pronto me convencí de las dificultades de
compatibilizar mi fe con los métodos que a veces podían emplearse. La cosa se complicó
cuando me ofrecieron un cargo importantísimo: sufrí muchísimo. Yo creo que me
iba separando en algunos aspectos de la sintonía del Gobierno. Siempre había
dicho que no tenía especiales problemas como creyente para colaborar con un
gobierno socialista, y que otra cosa hubiera sido con el entonces Gobierno socialista
de España por la cuestión del aborto o cuestiones de ese carácter. En esos momentos yo estaba en una posición
muy crítica, pero pensaba: ¿Y si Dios quiere que yo ocupe ese puesto? Consulté
con mi esposa, con un amigo sacerdote…Se estaba celebrando el Sínodo Diocesano
en sus fases previas y en una de sus sesiones, que se desarrollaba precisamente
en este Seminario de San Ildefonso, al finalizar pedí hablar con el Sr.
Cardenal y nos reunimos. Le abrí mi corazón pidiéndole consejo. El no veía
obstáculo y me animó, pero finalmente no acepté. Por un lado pensé en mi
familia, pues la nueva ocupación me privaría mucho de vida familiar; pero
además creo que en ese momento hubiese sido aventurada la aceptación pues me
hubiese resultado difícil comunicar proyectos y actuaciones en los que
probablemente yo podría no estar de acuerdo. Al poco tiempo (enero de 1990)
presenté mi dimisión irrevocable, que finalmente me fue aceptada en septiembre
de ese mismo año, nueve meses después de presentarla.
Han
pasado tres décadas de aquellas experiencias y me sigo preguntando sobre la
viabilidad para un católico de participar en política. La Iglesia, que es
madre, anima a ello. Como he escrito a menudo en artículos periodísticos, yo no
he encontrado el partido que se adapte a mis formulaciones éticas personales y
a mis vivencias religiosas. Pero estoy convencido de que hacen falta católicos
en los partidos políticos y en la actividad política y de gobierno. He escrito
artículos sobre las actitudes de los católicos ante la política y los políticos
y reitero una de las ideas que en distintos momentos he expresado: la
Iglesia tiene que apoyar y cuidar a los cristianos que están en política. Las
diócesis deberían nombrar un consiliario
que se ocupe de los cristianos en la política, en todos los partidos. Sería un
signo de amor y de unidad y luego cada uno desempeñaría su misión en su partido
o en su puesto público de responsabilidad. Pero tendrían la misma etiqueta: católico
en la política. Las iglesias diocesanas tienen
consiliarios para los jóvenes, los pobres, las religiosas, las familias,
etc. Pero ¿por qué no un consiliario que ayude de forma permanente a los
políticos de todas las ideologías que tienen como común denominador su fe en
Cristo? Les podrían formar en temas de la Doctrina Social de la Iglesia,
ofrecer las claves de la Iglesia en temas tan controvertidos como el aborto, la
homosexualidad,… Tendrían celebraciones litúrgicas en las que podrían compartir
la fe, darse la paz, aprender a quererse y respetarse aun a pesar de las
distintas ideas…Lo esencial en ellos es Cristo, que es quien les convierte en
hermanos y no en enemigos políticos…Creo que un parlamento con católicos que se
conocen y expresan su fe, aunque militen en partidos políticos distintos,
tendría una imagen distinta. Por supuesto, ello influiría en un nuevo concepto
de la vida política: sería el fin de la partitocracia.
Los políticos tendrían o deberían tener libertad de conciencia para votar; las
normas de un partido no pueden estar nunca por encima de la conciencia de una
persona.
Es
preciso promover el diálogo de los cristianos que viven su fe en la vida
pública en distintas opciones políticas. Si la Iglesia no puede olvidar a los
artistas, escritores, profesores, etc. parece fundamental el contacto con los
políticos católicos o, mejor dicho: los católicos en política.
En
resumen, sé que surge la duda. Los cristianos estamos llamados a participar en
la vida pública, en general, y en la actividad política también. Pero
personalmente veo dificultades para participar desde el actual sistema de
partidos políticos. Desde luego, no seré yo quien desanime a las personas,
creyentes o no creyentes; quien estimule a rehuir de sus compromisos de
participación en la vida pública a través de las elecciones, partidos
políticos, pertenencia en instituciones….Quien no camina no se mancha de barro
los zapatos. Y hay que caminar, intentando participar en la regeneración de la
vida pública. La Iglesia
puede y debe iluminar estos procesos. Podemos dudar pero los laicos no podemos
recluirnos en una especie de clausura.
CATÓLICOS EN LA CULTURA
Cuando
dejé mi puesto de director del gabinete del Vicepresidente del Gobierno de
Castilla-La Mancha sentí que en buena medida recuperaba la libertad, que volvía
s ser un ciudadano que podía opinar. Y muy pronto, tal vez demasiado pronto,
con ocasión de las feroces críticas que los socialistas dedicaron a los obispos
españoles por el documento La Verdad os
hará libres me vi en la obligación como creyente de escribir un artículo en
la prensa que titulé “Parábola de la
mordaza” y que tendría consecuencias directas sobre mi persona. Alejado,
pues, de los cargos públicos constaté que mi misión como cristiano en el ámbito
de la vida pública no debía finalizar. De esta forma afronté participar en la
vida pública como espectador, a través de los medios de comunicación; primero
lo hice de forma esporádica, retornando a la actividad que había realizado en
aquellos años finales de los setenta y principios de los ochenta. Luego acepté
escribir una columna semanal en la edición toledana del diario Ya que titulé “Lo que pasa en la calle”. Las motivaciones estaban claras:
truncada la experiencia de hacerlo desde puestos públicos, participaría en la
vida pública como un espectador activo.
Vino
después el ofrecimiento de poner en marcha el Servicio Regional del Libro,
Archivos y Bibliotecas, que finalmente acepté. Era un puesto técnico, aunque de
los catalogados en la Administración como de libre designación. Tras dudas
iniciales y diversos problemas, acepté finalmente y en marzo de 1991 comenzó mi
singladura en esa nave. He escrito tanto sobre los sueños, las utopías, el
trabajo realizado en ese ámbito que no voy a extenderme. Sólo decir que para mí
los largos años que estaría en ese puesto fueron como una misión laica, de
ilusionante trabajo profesional. Y la fe me mantuvo pues los problemas en la
realización de esa labor fueron muchos. En mis libros de temática bibliotecaria
están todas las claves de esos quince años de dedicación muy intensa a las
bibliotecas públicas de mi comunidad autónoma y también a sembrar ideas en todo
el país.
En
1992 fui designado Académico Numerario de la Real Academia de Bellas Artes y
Ciencias Históricas de Toledo. Me ocurrió lo mismo: cuando diversos académicos me ofrecieron proponerme para participar en la elección que se celebraría
entre todos los candidatos, rechacé ser nominado. Pero luego, escuchando en una
conferencia en mi parroquia a un sacerdote vi claro que tenía que aceptar. Y
finalmente, tras varias y reñidas votaciones, fui elegido. Claro que el campo
propio de la actividad evangelizadora de los laicos es la vida pública; pero
los ámbitos son muchos: la política, la realidad social, la economía, la cultura,
las ciencias y las artes, la comunicación social…y también el amor, la familia,
la educación, el trabajo profesional, el sufrimiento (Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, 45).
Mi
punto de partida fue mi vivencia de Iglesia, mi gratitud a la Iglesia.
Entonces, mi participación en la vida pública y también en la vida de la
Iglesia era una manera de devolver algo de lo que Dios me estaba regalando. Era
un testimonio vivo de amor a Cristo y a la Iglesia.
En
los cinco años como director de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, he vivido
plenamente esta necesidad de impregnar la cultura de mis convicciones. No se
trata de utilizar un servicio público, que debe servir por igual a todos los
ciudadanos, tengan o no tengan fe. Se trata de trabajar con unos postulados de
ética cristiana que ayuden a construir la sociedad en la que estamos viviendo.
Reitero muchas veces en mis intervenciones públicas que la Biblioteca debe
constituir un faro de esperanza, un centro para la solidaridad, un lugar de
encuentro, de convivencia; el debate público debe servir para construir mejores
personas, para propiciar la participación en la vida pública, para buscar
fórmulas que hagan posible el encuentro con la verdad y con mejores soluciones
para los problemas que tiene nuestro tiempo. Tal vez alguien se ría, pero yo me
tomé este nombramiento como si fuera una nueva misión en mi vida. Ser testigo
de esperanza desde un gran centro cultural y propiciar el diálogo y el
encuentro de todo tipo de ciudadanos.
CATÓLICOS EN LA ACTIVIDAD
PROFESIONAL
El
trabajo dignifica a la persona, y, con la coyuntura lamentable de quienes no
tienen un puesto de trabajo, todos los católicos estamos llamados a ejercer nuestra profesión
con arreglo a los principios de nuestra fe. La política, la cultura, los medios
de comunicación… digamos que parecen ámbitos más selectivos, o al menos más
optativos. Pero no ocurre así con nuestro trabajo. En principio, realizar un
trabajo de la mejor forma que se sepa no tendría por qué parecer un ámbito de
la vida pública para un cristiano. Y sin embargo lo es. Tal vez influye mucho
cuando se tienen puestos profesionales de un cierto nivel, con influencia sobre
muchas otras personas o incluso en la opinión pública. Mi fuerte experiencia en
la Administración Pública, en puestos de carácter político durante cerca de
ocho años y después en puestos de funcionarios de, podríamos decir, de primer nivel ha tenido para mí la
posibilidad de una fuerte presencia pública en la que he procurado no abjurar
de mis principios cristianos. Cuando se habla de politización de las
administraciones públicas no sólo se debe a que las decisiones sean siempre de
carácter político, lo cual sería lógico, sino de efectuar una labor profesional
con ética y con libertad de pensamiento y expresión. No voy a contar ahora
todas las consecuencias que para mí ha tenido personal y profesionalmente
mantener posturas coherentes con mi fe.
Además de la publicación de artículos periodísticos en momentos
concretos, puedo afirmar que mi libro Soy
un hombre libre, que recopiló unos 200 artículos, no gustó en los círculos
políticos más altos de la región. Y eso que creo que el hecho de ir prologado
por el Cardenal Marcelo González Martín supuso una defensa desde la Iglesia
diocesana a este humilde laico. La verdad
es que, recopilando mi vida y los problemas que muchas veces tuve al publicar
artículos periodísticos, pienso que el Señor me ha protegido siempre, pues a
pesar de haber hablado sin mordazas y haber opinado de forma crítica, es cierto
que he podido realizar mi actividad profesional en puestos de mucha
responsabilidad y con trayectorias muy dilatadas.
CATÓLICOS EN LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN
El
evangelio es esencialmente la Buena Noticia del Amor de Dios. Y evangelizar,
sustancialmente, es difundir esa Buena Noticia. Sin embargo hoy parece que los
medios de comunicación sirven sobre todo para extender malas noticias:
corrupción, mierda, luchas partidistas, paro, asesinatos, accidentes,
desamor…El Papa Francisco ha exhortado recientemente, el 22 de septiembre de
2013, a los participantes en la Asamblea
Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales a que los
medios de comunicación sirvan para difundir “la
belleza de la fe”. Se trata, dijo el Santo Padre, de “un desafío”, el hacer
“descubrir, también, a través de los
medios de comunicación social, además de en el encuentro personal, la belleza
de todo lo que constituye el fundamento de nuestro camino y de nuestra vida, la
belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo”. Y añadió que la
Iglesia, a través de los medios, debe conseguir “llevar calor, que enardezca los corazones”. Sin duda la esperanza,
tan necesaria en nuestro tiempo, ha de llegar a través de los medios de
comunicación; y desde luego ha de ser bandera de los comunicadores católicos y
que se sientan responsables de su fe. En la misma Asamblea, el Papa señaló que “tenemos un tesoro precioso que transmitir,
un tesoro que da luz y esperanza. ¡Son tan necesarias! Pero todo esto requiere
una cuidada y cualificada formación, de sacerdotes, religiosos, religiosas,
laicos, también en este campo”.
Personalmente,
en los anteriores apartados, he ido enumerando las razones que me llevaron a
participar en la tarea de la comunicación. Inicialmente como una labor de
difusión de los valores de la cultura; luego por necesidad de proclamar la fe y
defenderla; también como un modo de ejercer responsablemente mi profesión y
defender los valores de los ámbitos por los que trabajaba, fundamentalmente las
bibliotecas; luego surgió esa necesidad de una presencia pública en todos los
aspectos de la vida, como un modo de anunciar la Buena Noticia en todos los
ámbitos de la sociedad, como un medio de participar en la impregnación de la
vida de los valores cristianos, de la Doctrina Social de la Iglesia, de la
misión evangelizadora de todos los cristianos.
Pero
pienso que esta tarea, tanto para los comunicadores profesionales (periodistas)
como para quienes participamos frecuentemente en este ámbito como un modo
singular de presencia pública en la sociedad de un cristiano, debe considerar
algunas características esenciales:
a) El culto a la
verdad. El octavo mandamiento exige no decir falsos
testimonios, no mentir; en positivo: decir la verdad. Este mandato, esencial
para todos los creyentes, resulta imprescindible en el ámbito de la
comunicación pública. Por ello, el
comunicador católico, sea profesional o simplemente colaborador de un medio,
debe tener presente siempre en sus escritos y opiniones la verdad. Creo que no
valen aquí como excusa siquiera los riesgos que pueda tener en su propia
profesión por imposiciones no éticas de los responsables del medio: no se
pueden falsear las informaciones, no podemos faltar a la verdad. Si cuando se
roba, para ser perdonado totalmente es preciso restituir los bienes robados, en
este caso es más complejo: se trataría de restituir el honor que la mentira
haya podido verter en una persona, y es muy difícil compensar las infamias
difundidas.
b) Opinar siempre en
conciencia. Como un actor o un director de cine no
pueden producir o actuar en películas que vayan en contra de sus ideas, igual
sucede en los medios de comunicación. No sólo hay que dar culto siempre a la
verdad: es fundamental tener siempre presente la propia conciencia.
c) Ser testigos de
esperanza. Ya sé que es difícil, en una sociedad
tan en crisis como la nuestra y con tan graves problemas, pero el comunicador
cristiano es ante todo un difusor de la Buena Noticia del Evangelio, que
impregna todos los ámbitos de la vida. Ello no quiere decir que el periodista o
comunicador católico renuncie a la denuncia profética, a plasmar las
situaciones de injusticia, a opinar en libertad. Pero siempre lo hará basándose
en los principios del evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia.
d) Siempre tener
presente la libertad de expresión, gozar de la libertad de ser hijos de Dios. También
esto es complejo: en el caso de medios de titularidad pública o privada, donde
priman tantas veces los intereses políticos o comerciales, el comunicador
católico se sentirá muchas veces agarrotado a la hora de difundir informaciones
que en su opinión no correspondan a la veracidad y al bien común. Esto le podrá
ocurrir al periodista profesional y también le ocurre a quienes colaboran con
los medios de comunicación desde sus deseos de contribuir a participar en la
vida pública. A veces surgirá la autocensura, sin duda una forma de censura muy
dura, que nace del miedo a las repercusiones que un autor teme que puedan venir
por sus opiniones. Sólo mencionaré una experiencia personal: en los años
noventa, un grupo de personas, todas con el común denominador de católicos
sensibilizados por la necesidad de participar en la vida pública, constituimos
varios grupos de opinión. Por ese miedo a las repercusiones en nuestra
situación personal y profesional, constituimos primero el que denominamos grupo
ATENEO, que publicó numerosos
artículos en la edición toledana del periódico ABC. Después el mismo colectivo, con alguna incorporación nueva, fundó
el GRUPO CIEN, que fue acogido en las
páginas toledanas del diario Ya En las reuniones decidíamos el
tema a tratar, tras un debate sobre la situación nacional y local; uno de los
integrantes del grupo, redactaba un borrador de artículo que luego era
enriquecido con las aportaciones de los demás; y finalmente se enviaba al
periódico. Nunca revelamos la identidad de los miembros de ambos grupos y,
afortunadamente, la dirección de ambos medios de comunicación respetó ese
deseo, esa necesidad nuestra, de mantener el anonimato. En la ciudad había
comentarios sobre quienes integrarían esos sucesivos grupos, pero supimos
guardar silencio. Utilizamos la voz colectiva para poder hablar con libertad de
expresión sin miedo a las repercusiones. Creo que es lamentable que en un
Estado formalmente democrático se opine con miedo y se amenace la libertad de
expresión; por ello, decidimos no correr riesgos mayores y asumimos nuestro
papel en la vida pública desde los medios de comunicación utilizando la astucia
y la unión de una serie de personas que teníamos en común nuestro deseo de
contribuir positivamente al bien común desde la independencia y desde la
libertad.
¿Y LA FAMILIA?
Confieso
que en mi trayectoria personal y profesional la familia sí ha importado. Además
de otras dudas o cuestiones que debí sopesar a la hora de aceptar determinadas
responsabilidades, siempre tuve en cuenta las repercusiones que esa decisión
podría tener sobre mi familia. ¿Se puede compatibilizar la vida pública con la
dinámica de una vida familiar sin que ésta resulte amenazada? Pues he visto de
todo: muchos matrimonios se resintieron hasta la separación tal vez por la
excesiva dependencia y dedicación de quien ocupaba un cargo político. Pero
también hay ejemplos admirables de muchos, católicos y no católicos, que
compatibilizan esa dedicación. Lo cierto es que siempre hay que tener un
termómetro que mida y armonice la vida familiar con la vida política o
profesional. En mi caso, siempre hablé con mi esposa a la hora de tomar
decisiones sobre un puesto y ella fue generosa
y me dejó libertad para la toma de decisiones, aunque supo siempre ponerme en
la verdad. A pesar de esa buena disposición y de que ella tenía una serie de
limitaciones físicas por enfermedad, intenté buscar siempre lo mejor, no sólo
en puestos de responsabilidad pública o profesionales; también en nombramientos
en la vida de la Iglesia diocesana. Las posibles repercusiones negativas sobre
mi vida familiar fueron determinantes para que no aceptara varios puestos de
gran importancia. Y hace algunos años, tras mostrar mi disponibilidad a cumplir
la voluntad de mi pastor diocesano, finalmente no acepté desempeñar un cargo en
la Diócesis por entender que no sería compatible con mi vida familiar y
profesional. Recuerdo en mi segundo encuentro con el cardenal Cañizares, que me
tranquilizó diciéndome: “Tu primera
responsabilidad, tu primera misión es tu familia”
LOS PILARES DE LA FE Y DEL CAMINO:
No
es fácil ser coherente con la fe. Quien se refugia en una vida individualista
no asume riesgos. La dimensión bautismal nos lanza a los cristianos al mundo,
pero siempre hay que hacer compatible la vida personal con la familiar y la
profesional. Y ahora, ya jubilado, intento seguir defendiendo mis ideas y
realizando una aportación a la cultura, a la verdad. Mientras Dios me conceda
fuerzas y una poquita de Sabiduría, seguiré contribuyendo en la vida pública,
como una misión del Señor y de la Iglesia.
No
estamos exentos de ser testigos, de evangelizar. Soy plenamente consciente de
que Dios es el Señor de la Vida y de la Historia y, desde luego, ha trazado mi
singladura o, dejándome mi libertad, la acompaña. Y muchos de los dones y
carismas son realmente un regalo del Señor. Percibo a Jesucristo vivo y
resucitado, y como acompañante de mi peregrinar, a pesar de renegar tantas
veces y de no ser plenamente fiel a la fe que me ha regalado para que viva en
la Iglesia y en el mundo. Pero lo intento. Mi matrimonio, mis cuatro hijos,
toda una rica experiencia profesional y cultural han sido un verdadero regalo
de Dios. El camino ni ha estado ni está exento de sufrimiento: la cruz es
nuestra insignia y es también nuestra salvación. Como discípulos de Cristo no
podemos estar exentos de una Cruz que es característica de los cristianos y que
nos ayuda a ponernos en sus brazos y a vivir sabiendo que tenemos su misericordia
y su compañía.
Mi
experiencia de fe nace de la gratitud a
Dios y a la Iglesia. Me
siento hombre en camino, hijo de Dios y de la Iglesia. Y el resultado
es que me siento querido por el Señor y por la Iglesia. Formo
parte del Pueblo de Dios y no concibo caminar como un hombre solitario: viajo
en la barca de la Iglesia
con otros miembros del Pueblo de Dios, atravesando el desierto de la vida, como
hizo el pueblo de Israel. Los laicos cristianos tenemos el derecho y el deber
de participar individual o de forma asociada en la vida pública. Nuestra
presencia hace oír la voz de la
Iglesia en la sociedad civil. Y los medios de comunicación
son un medio necesario.
Finalizo con
unas notas de urgencia:
-
De
la gratitud al Señor nace la necesidad del testimonio.
Mis libros, mis escritos, han brotado de mi corazón y de mi
experiencia personal siempre en clave de gratitud a Dios y a la Iglesia. Por
eso me siento, no como un privilegio sino como un regalo, Hijo de
Dios y de la Iglesia.
-
Otra característica de mis libros es que
están escritos desde la esperanza
cristiana. Nuestro mundo tiene grandes sufrimientos y muchos interrogantes.
Intento caminar en la línea del Evangelio: la Buena Noticia del Amor de Dios
y de Cristo presente en nuestras vidas. No se huye de efectuar una crítica
profética cuando veo necesario, pero siempre con respeto. Intento construir y
nunca destruir. Los cristianos estamos llamados a cambiar la sociedad y a
transformar en esperanza la desesperación que hoy tienen muchas instituciones y
la propia sociedad.
-
Todos los cristianos estamos llamados a la santidad. Dice Mateo: “Vosotros, pues, sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial” (Mt. 5,48).
-
Pero la santidad, que es reflejo de la
fe, de la confianza total en Dios, debe ir acompañada por el testimonio, por
las obras. No hay fe sin obras. Dice
Santiago en 2,14: ¿De qué sirve, hermanos
míos, que alguien diga “Tengo fe” si no tiene obras? La fe sin obras está
realmente muerta.
-
Llamados a la santidad, a ser testigos
de obras de vida eterna, nuestro caminar como cristianos se caracteriza por una
nota más: la prueba, el sufrimiento.
El Señor realiza su obra en nosotros y nos muestra su predilección con muchas
pruebas que nos van haciendo fuertes en la fe.-
-
Y lo último: el camino del cristiano dura toda la vida. Hasta que estemos a las
puertas de la Vida Eterna, con nuestra muerte, no finaliza nuestro caminar.
Recuerdo que en una ocasión, en una conversación con el cardenal D. Marcelo,
hace muchos años, le expresaba lo duro que es el caminar, durante tantos años.
Y ¿sabéis que me respondió? Me dijo: “Fíjate,
Juan, para hacer un sacerdote, cuántos años se precisan….Pues para hacer un
cristiano, muchos más: toda la vida”. Recuerdo esto para que nadie tenga la
tentación del cansancio y del abandono. Porque el camino del cristiano es
imposible en nuestras fuerzas, sólo es posible si confiamos en Dios y sentimos
la presencia de Cristo y de la Virgen María en nuestro caminar, acompañándonos
siempre.
Para finalizar leeré algunos otros
de mis poemas del libro Hombre en camino y
del próximo libro Y Dios en el camino.
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