La dignidad de los bibliotecarios y las bibliotecas
públicas
Me encanta que nuestros
políticos destaquen la importancia de las bibliotecas públicas de Castilla-La
Mancha. Recientemente el consejero de Educación, Cultura y
Deportes, Ángel Felpeto, ha señalado que “la
biblioteca es un espacio dinamizador de la cultura, y mucho más en la zona
rural, y si esa colaboración es una prolongación del centro educativo que
continúa en la biblioteca, como una actividad complementaria, como se hace en
muchos de nuestros pueblos, es importante”. Y hace apenas unos días, el
mismo consejero ha asegurado: “El último informe estadístico sobre
bibliotecas demuestra que Castilla-La Mancha es líder absoluta a nivel nacional
en número de clubes de lectura”, con un total de 995. Vengo destacando también el liderazgo de las
bibliotecas públicas de nuestra comunidad autónoma en cuanto al número de
actividades culturales y de animación a la lectura, que tiene el reconocimiento
del Ministerio de Cultura a la hora de conceder sus premios María Moliner. Y hay otros indicadores que indican que la Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha es una de las
grandes fortalezas de nuestra comunidad autónoma y singularmente de la cultura
regional, a pesar del poco esfuerzo
presupuestario que realizan las distintas administraciones públicas de la
región, y en especial la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que no
acaba de decidirse a recuperar los programas que fueron un referente nacional.
Una parte importante del éxito de
las bibliotecas públicas la tienen los profesionales. En 2016 estos centros
disponen de un personal en plantilla de 928 trabajadores, de los cuales son
personal bibliotecario 741 y no bibliotecarios 187. Esta cifra significa que en
CLM hay un trabajador de biblioteca por cada 2.200 habitantes, que es un dato
importante.
El problema es cuando nos fijamos en
el tipo de contrato por categoría profesional o por jornada. Sólo 33 están
contratados como técnicos superiores y 161 como técnicos medios o ayudantes de
biblioteca. En el polo opuesto el mayor número de profesionales están
contratados como Técnicos Auxiliares de Biblioteca (un total de 440) o
simplemente como Auxiliares (192). Hay también 102 trabajadores subalternos.
La cuestión del
personal, como en otros servicios públicos, fue siempre esencial en las
bibliotecas. El gran desarrollo bibliotecario en nuestra región fue a partir de
los años noventa del siglo XX, pero el personal era la asignatura pendiente.
Aunque a veces se acudía a los procedimientos de selección habituales en la
Administración (oposición o concurso oposición), en demasiados casos el
Ayuntamiento designaba a una persona para “encargarse” de la biblioteca por
algunas horas y “gratificaba” a ese “encargado” con pequeñas cantidades, que
servían para complementar su salario de maestro u otra profesión. En 1993
todavía más de la tercera parte de los bibliotecarios municipales eran
“colaboradores”, sin contrato ni seguridad social, muy pocas horas de trabajo y
unas retribuciones sonrojantes. Pero el resto, en la mayoría de los casos con
un contrato temporal, no tenía mucho mejor situación: titulados superiores
contratados y pagados como ordenanza o auxiliar administrativo, contratos de
media jornada que imposibilitan dar un buen servicio a los ciudadanos y vivir
de esa “profesión”, etc.
En 1991 la Consejería de Educación legisló los
mínimos de las bibliotecas públicas municipales en cuanto a superficies,
colecciones, personal, etc. con un doble planteamiento: a corto y medio plazo
contar con profesionales en todas las bibliotecas. En las de localidades con
población superior a 5.000 habitantes, que según la legislación de régimen
local tienen obligación de prestar el servicio público de biblioteca, el
bibliotecario debería estar contratado y retribuido como técnico de biblioteca; y en las bibliotecas de poblaciones menores a 5.000 habitantes, el primer
objetivo era contar con bibliotecarios estables, con formación adecuada y
contratado al menos como Auxiliar de
Biblioteca. Fue un proceso singular, impulsado por la Consejería de
Educación y Cultura mediante ayudas a la contratación de bibliotecarios municipales
que se mantuvieron hasta la primera década del siglo XXI. El personal que los
ayuntamientos han ido contratando en buena medida se ha convertido en estable y
ha demostrado su capacidad profesional convirtiéndose en verdaderos líderes en
la vida social y ciudadana de sus municipios y ha posibilitado unas bibliotecas
vivas e imaginativas que son el centro cultural básico en su municipio.
La
crisis económica iniciada en 2010 dio al traste con esa política de
subvenciones del Gobierno regional a los ayuntamientos y se produjo un
verdadero parón en todos los indicadores porque la Junta de Comunidades dejó de
financiar a las bibliotecas municipales. Todos hemos dicho que era prioritario
mantener los servicios puestos en marcha y que no se produjeran cierres de
bibliotecas ni despidos de bibliotecarios. Pero parece que el miedo ha
suprimido los sueños y la capacidad de afrontar nuevos retos. En 2017 se ha
aprobado por fin un documento que consideramos esencial: El Mapa
de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha. Es un paso importante
pero muy conservador en general, lo que resulta lógico si consideramos el freno
que han vivido las bibliotecas de la región en los últimos años. El problema es
que, en cuanto a personal, parece que se renuncia a una necesidad que es
histórica, y que mencioné en un artículo periodístico publicado en el año 2005:
“En el futuro, en todas las bibliotecas,
con independencia de la población de su localidad, deberán tener un bibliotecario
titulado y retribuido como técnico de bibliotecas. Porque en la educación y, en
general en cualquier servicio público, los ciudadanos no pueden estar
discriminados por el hecho de vivir en poblaciones pequeñas.” Ya sé que es prioritario recuperar las ayudas
para seguir mejorando la situación de los bibliotecarios y, consiguientemente,
de las bibliotecas. Pero ¿hemos renunciado a algo tan elemental como que al
frente de cada biblioteca, aunque sea de un pequeño municipio, haya un
profesional técnico?
¿Alguien se imagina que los centros de salud
contasen, en lugar de médicos, con “Auxiliares sanitarios”, o que en el puesto
de un enfermero o enfermera hubiese un Auxiliar? Creo que nadie con un poco de
sentido común pensaría en un Centro de salud sin médico, enfermera, etc. Igual
que nadie pensaría en un centro docente sin los correspondientes profesores
titulados y retribuidos adecuadamente. Y así podríamos hablar de otros muchos
servicios públicos. ¿Y por qué esta discriminación hacia las bibliotecas? Por
encima de las dificultades presupuestarias, que sabemos existen, hay que
plantear, aunque sea como un reto progresivo, la dignificación profesional de
los bibliotecarios, su consideración social, profesional y retributiva.
Los
ayuntamientos son conscientes de la importancia de contar con biblioteca
pública en su localidad y en Castilla-La Mancha, gracias a la apuesta del
Gobierno regional en la última década del siglo XX y la primera del XXI, se ha
conseguido algo muy importante: que todas las localidades mayores de 1.000
habitantes cuenten con biblioteca pública, e incluso otras muchas de menor
población, dejando las bibliotecas móviles para los municipios más pequeños o
que sus ayuntamientos no han dado el paso de desarrollar este servicio. La ley
de Bibliotecas de 2011 de Castilla-La Mancha significa una verdadera revolución
en el panorama bibliotecario español pero su desarrollo está siendo
tremendamente difícil por el poco apoyo del Gobierno regional. Claro que no
puede haber biblioteca si un ayuntamiento no está dispuesto a asumir la
correcta contratación de un bibliotecario y los gastos de mantenimiento de esa
biblioteca, pero estaba previsto contar con apoyo de la Junta y de la
Diputación Provincial correspondiente, y en ambos casos están fallando esos
apoyos institucionales.
Si
no hay financiación conjunta de las Administraciones Públicas, entonces sólo
queda una solución de futuro: que la Junta de Comunidades asuma la dirección
real de la Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha, y que la
totalidad de directores de las bibliotecas municipales, sean nombrados y
retribuidos por la Administración Autonómica. Esto es lo que hacen, por ejemplo,
en la Comunidad Foral de Navarra, aunque sé que ellos disponen de un régimen
presupuestario privilegiado. Pero, como un plan de futuro y progresivo, un
número de 500 directores de bibliotecas son asumibles si lo comparamos con los
centros educativos o sanitarios, responsabilidad de la Junta. Y sería la mejor
garantía para establecer unos planes de lectura articulados utilizando la Red
de Bibliotecas Públicas y la Red de centros educativos. Necesitamos políticos
que sepan soñar y pensar en el bienestar de los ciudadanos de la región y no
sólo en el corto plazo y en aspiraciones meramente partidistas.
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