La lectura y las
bibliotecas en un Pacto de Estado
La Cultura no es una prioridad
política. Pero el gesto de Pedro Sánchez de establecer un Ministerio en esta
materia, creó esperanzas. La forzada dimisión de Màxim Huerta y el nombramiento de José
Guirao convirtió la cultura, además del deporte, en tema de conversación
entre los periodistas. ¿Es una oportunidad de que, por vez primera, el Gobierno abandere una política cultural? A
pesar de la debilidad del grupo parlamentario socialista, el Gobierno tiene la
posibilidad de enmendar sus errores de otros tiempos y de trazar nuevos
caminos. El decreto de organización del Gobierno dirige las funciones básicas
del Ministerio, en el área de Cultura, a “la
promoción, protección y difusión del patrimonio histórico español, de los
museos estatales y de las artes, del libro, la lectura y la creación literaria,
de las actividades cinematográficas y audiovisuales y de los libros y bibliotecas
estatales, la promoción y difusión de la cultura en español, así como el
impulso de las acciones de cooperación cultural…”
Algunos analistas ponen el acento en la necesidad de utilizar la Cultura como
seña de identidad de la marca España, opción que sería, desde mi punto de vista, miope para el
interés de los españoles. Los eventos culturales, las grandes exposiciones, la
actividad cinematográfica, los museos nacionales… claro que tienen que estar en
la agenda política del Ministerio pues lo están en los Presupuestos Generales
del Estado. Pero hay mucho más que el Ministerio debe hacer o impulsar.
Otro guiño ha sido la
creación de la dirección general del Libro y fomento de la Lectura,
con la poeta Olvido García Valdés al frente. El decreto de competencias
es bastante caótico en lo que respecta a bibliotecas y lectura, pero esperemos
que haya voluntad política de propiciar una sociedad lectora. Leer es
fundamental en la formación de una persona y la lectura construye ciudadanos
libres y críticos, participativos y tolerantes. Y se desarrolla mediante un
trípode: familia, centro educativo y
biblioteca pública. Hay quien afirma que son claras competencias de las
Comunidades Autónomas o los Ayuntamientos, pero sólo es parcialmente cierto: construir
un modelo de sociedad pasa necesariamente por el pilar del Estado, a través de
dos ministerios: Educación y Cultura. Los sistemas educativos tienen como
asignatura pendiente la biblioteca escolar, una biblioteca que actúe como eje
de formación para los distintos actores de la comunidad educativa: alumnos,
profesores y padres. Pero las bibliotecas, como otras áreas de los centros
educativos, precisan expertos: bibliotecarios escolares que presten esos
servicios de forma transversal a todos los agentes implicados. Esos
bibliotecarios conseguirían construir lectores apasionados y se pondría fin al
fracaso actual: leer por obligación no consigue lectores que amen la lectura y
la conviertan en actividad esencial de sus vidas.
Una política de lectura pública precisa impulsar la
lectura utilizando un servicio que hoy resulta absolutamente esencial para nuestra
sociedad: la biblioteca pública, puerta
democrática de acceso a la Sociedad
de la Información
y el Conocimiento. Las bibliotecas son lugares para la libertad, el encuentro, el
debate, la convivencia ciudadana, la solidaridad, la cultura, la información,
la educación permanente y la creatividad. Los libros y las tecnologías de la
información, con la complicidad de la sociedad,
se unen para que las bibliotecas sean “laboratorios de la ciudad soñada” (José Antonio Marina).
A
pesar de los avances experimentados en España, las bibliotecas españolas no
acaban de ser consideradas servicios básicos y necesarios para todos los
ciudadanos. Si la lectura no es lujo y sí una necesidad de la población, las
bibliotecas constituyen el marco democrático que ofrece sus servicios a todo
tipo de personas y colectivos, sin barreras de ningún tipo. La falta de una
legislación marco de carácter nacional ha propiciado un mosaico de desigualdades
entre unas regiones y otras, entre ciudades y localidades de parecida población
características, entre ciudadanos residentes en distintos lugares de España.
Los indicadores estadísticos muestran claramente esas desigualdades, con
regiones o provincias que presentan magníficas realidades bibliotecarias y
otras que ni siquiera tienen una legislación específica. El resultado es que
más de 3.000 municipios españoles carecen de cualquier servicio de biblioteca y
ni siquiera un bibliobús presta sus servicios en esas localidades.
Desde
los inicios de los años ochenta del siglo XX clamé por una Ley de Coordinación Bibliotecaria que sirviese de pauta para el
desarrollo de los servicios públicos de lectura e información en todo el país. Cuando,
por fin, se planteó esa Ley estatal, mostré una esperanza que pronto derivaría
en frustración: se aprobó
y entró en vigor la Ley
10/2007, de 22 de junio, de la lectura, del libro y de las bibliotecas, pero no
resolvió ninguno de los problemas prácticos que nos preocupaban a los que
habíamos clamado por esa Ley. Es una norma que señala vías de
cooperación, a través
del Consejo
de Cooperación Bibliotecaria, pero no aborda la imprescindible y obligada coordinación en la que
debieran trabajar los
sistemas
bibliotecarios de nuestro país. La
Ley recogió principios pero no concretó estándares de servicio público ni
responsabilidades de financiación. Fue una oportunidad
perdida.
Las
regiones o ciudades con políticas bibliotecarias más avanzadas dicen que esto
no es cosa del Estado. Yo afirmo la necesidad de que el Gobierno de España impulse
una verdadera política de Estado en materia de lectura pública y bibliotecas y
lo haga mediante un Pacto en el que participen el conjunto de Administraciones
Públicas, todas con competencias en estas materias. Las comunidades autónomas son
competentes en Educación pero desde hace años se insiste en la necesidad de
contar con una política educativa que se base en el Pacto y no en imposiciones;
en ese contexto habría que articular los mecanismos para hacer realidad el
viejo sueño de la biblioteca escolar gestionada por profesionales, con el
perfil que se determine. Igual ocurre con las competencias para desarrollar
políticas bibliotecarias, que es de las comunidades autónomas, aunque en general
la creación de bibliotecas lo es de los ayuntamientos. También las diputaciones
provinciales tienen competencias en bibliotecas, especialmente para los municipios más
pequeños. Y el Estado, como titular, conserva competencias sobre las llamadas Bibliotecas Públicas del Estado, gestionadas
por las comunidades autónomas. En este panorama entendemos que la
Administración General del Estado tiene competencias de coordinación para
asegurar que los servicios bibliotecarios lleguen a todos los españoles. La
Constitución Española de 1978 sigue siendo el marco de convivencia política y
ciudadana: Hace meses parece que los españoles descubrimos el artículo 155,
aplicado en Cataluña; pero hay otros artículos que parecen olvidados por el
Estado. Por ejemplo, el artículo
149.1.1º) es esencial para valorar el papel ministerial en la resolución de
estas desigualdades: “El Estado tiene
competencia exclusiva sobre…la regulación de las condiciones básicas que
garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y
en el incumplimiento de los deberes constitucionales.” Y el artículo 150.3
prevé incluso que “… podrá dictar leyes
que establezcan los principios necesarios para armonizar las disposiciones
normativas de las Comunidades Autónomas, aun en el caso de materias atribuidas
a la competencia de éstas, cuando así lo exija el interés general…”
Ha habido regiones que han sido más democratizadoras del
derecho a servicios bibliotecarios y situaron en 2.000 e incluso en 1.000
habitantes la frontera para que el municipio contase con biblioteca pública. Castilla-La
Mancha está entre esas regiones más progresistas. Leyes autonómicas más
avanzadas, planes bibliotecarios y programas regionales de apoyo financiero o
técnico para el desarrollo de bibliotecas
públicas municipales, han sido los
factores diferenciadores que propiciaron
un mapa bibliotecario muy desigual de unas regiones a otras y entre unos
municipios y otros.
La falta de una política de Estado
en materia de bibliotecas públicas y de bibliotecas escolares condiciona el
desarrollo de planes de promoción de la lectura que sean eficaces. Por ello
vuelvo a clamar por una Ley nacional de Coordinación de Bibliotecas y Lectura
pública. Que desde Castilla-La Mancha se levante esta voz significa la
confianza en el Estado de derecho y en una Constitución que esté plenamente
vigente. La lectura es un derecho de todos los ciudadanos, y al Estado
corresponde abordar un plan coordinado que garantice servicios bibliotecarios al
conjunto de la población española. ¿Será valiente el presidente Pedro Sánchez en esta cuestión y
afrontará un problema que debería constituir tema de debate en las instituciones
de la Unión Europea?
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