El niño que acumulaba libros*
Érase
una vez un pueblo castellano en el que vivían un millar de personas. Tenía el
pueblo su alcalde y su escuela, el cura
y el médico; y había también dos carnicerías, un estanco, una sastrería, un
taller de carpintería, una tienda de tejidos y otra de comestibles, cuatro
tabernas, un cartero, muchos agricultores y... una droguería.
Dos
centenares de niños habitaban en aquella localidad que estaba próxima a los
inicios de las tierras manchegas. Doscientos niños de sonrisa abierta y de ojos
vivarachos; niños con manos adaptadas a trepar rápidamente por los árboles en
busca de hojas de morera para sus gusanos de seda o de un nido de pajarillos.
Eran niños habituados a cazar lagartijas, a pegarle al balón en la era, a dar
tres golpes en el llamador de una casa y salir corriendo y...también...algo
acostumbrados a leer.
Pero un
día una gran fila de niños de todas las edades se dirigió al Ayuntamiento,
alicaídos, silenciosos y con los ojos tristones.
La Autoridad, pensativa y
sorprendida, salió a su paso:
‑
¿Qué ocurre, niños? ¿Qué hacéis aquí, haciendo fila y a estas horas?
‑
¡Tiene que buscar soluciones, señor Alcalde! ‑dijeron a coro los niños.
La Autoridad, realmente
sorprendida, no entendía nada de nada. Y volvió a preguntar:
‑
Pero, niños, ¿qué es lo que tengo que solucionar? Vamos haciendo todas las
mejoras que podemos en el pueblo. ¡Hasta columpios os he puesto en la plaza del
reloj! ¿No habrá algún problema en la escuela? ¡Pero si tenéis un maestro que
no os lo merecéis! ¡Venga, decidme!, ¿qué pasa?.
‑
¡No hay libros, señor alcalde! ‑dijeron, de nuevo a coro, las dos decenas de
niños que llegaron en fila y que ahora hacían corro en torno de la Autoridad.
‑
¡Ni tebeos! ‑exclamó Gustavo, el hijo de Martín el carnicero.
‑
¡Tampoco hay cuentos! ‑se lamentó una niña de pelo rubio trenzado.
‑
¡¡¡Tiene que hacer algo!!! ‑gritaron todos al alcalde.
‑
¡Vamos, vamos, tranquilos, dejad de hablar todos a la vez. Así no hay quien se
aclare! Pasad a mi despacho una comisión de cuatro de vosotros.
Felipe,
el alcalde, se sentó en su sillón de raso rojo descolorido y se dispuso a
escuchar atentamente a Benito, Fidel, Guille y Timo ‑los más líderes del grupo.
‑
Don Felipe ‑empezó Guille‑, la cosa es muy seria: hace casi un mes que no
llegan tebeos ni libros al pueblo.
‑
Gervasio, el droguero, dice que el cartero no trae los pedidos, que será que
correos anda mal ‑dijo Fidel.
‑
Pero sea lo que sea, usted tie que
hacer algo, don Felipe, que para algo es usted el alcalde. Si en nuestro pueblo
no tenemos biblioteca y el droguero ya no trae libros, ¿qué vamos a hacer? ¡Lo
único que tenemos es la enciclopedia de ir a la escuela, pero queremos cuentos!
‑argumentó Benito.
‑
Por todo ello ‑dijo en todo solemne Timo‑, y en nombre de todos los niños, y de
las niñas ‑que no ha entrao ninguna
porque les daba cosa‑ le pedimos que
averigüe lo que ocurre y busque usted una solución a este problema, a esta
carencia.
La Autoridad, tras
tranquilizar de nuevo a los niños y prometerles que tomaría cartas en el
asunto, se despidió de ellos con una sonrisa franca y se dirigió a casa de
Gervasio, el droguero.
Cuando
Don Felipe llegó al establecimiento, estaba despachando Julián, el segundo hijo
del droguero:
‑
Bu...uue...eenos días, señor alcalde ‑saludó nervioso el niño.
Julián
no daba pie con bola. Fue a despachar cuarto de detergente y vertió un montón
en la báscula. Cada vez se le veía más intranquilo, mirando de un lado para
otro y fijando sus ojos periódicamente en los del alcalde. Cuando había
terminado de despachar, la
Autoridad, sospechando no sabía bien qué, preguntó sin
vacilación al hijo del droguero:
‑
Julián, ¿tú sabes por qué no os mandan los pedidos de libros y tebeos?
‑
No,...señor ‑respondió Julián, un tanto dubitativo‑. Hace más de una semana que
no recibimos pedidos...
‑ ¿Sólo una semana? ‑exclamó el
alcalde‑. Los niños me han asegurado que hace cerca de un mes que tenéis las
estanterías vacías de cuentos y libros...¿qué sabes tú?...
El niño, terriblemente nervioso, contestó:
‑
Bueno, alguno ha venido, pero... se han vendido todos...
Iba
a hacerle nuevas preguntas, más directas, ante el visible nerviosismo que
mostraba el niño, cuando de improviso salió de la trastienda Gustavo, el
droguero:
‑
¡Juliánnnn! ¿Qué es ese lío que hay en el pueblo con los libros? ¿Cómo dicen
que no mandan libros, si no hacemos más que recibir y vender todo?
El
niño salió corriendo, pero se encontró con la mano de su padre en su oreja
derecha.
‑
¡Alto ahí! ¡Explícame qué está pasando!...
La
confesión del asustado niño hizo que Don Felipe, el alcalde, y Gervasio,
el droguero estallaran en una sonrisa: Resultó que Julián guardaba en su
habitación todos los cuentos, libros y tebeos que recibían de los
distribuidores. Los iba leyendo uno tras uno, ávido de lectura, y luego iba
sacándolos a los estantes para su venta a los demás niños del pueblo. Así lo
venía haciendo desde hacía un par de años, con el beneplácito de sus padres,
que observaban gustosos la afición a la lectura de su hijo y su inteligente
sistema de leer gratuitamente.
Pero
lo que no entendía Gervasio era porqué en esta ocasión su hijo había
acumulado tanto material. En efecto, verdaderas pilas de tebeos y de cuentos y los
pocos libros que habían llegado, salpicaban el suelo y llenaban el armario de
la cámara de la vivienda.
‑
Padre ‑se excusó el niño‑, es que había decidido crear una biblioteca. Si
seguimos vendiéndolos, los tebeos y los libros seguirán dispersándose por las
casas y luego será difícil convencer a todos para que los donen. Así que pensé
que era mejor que cuando tuviésemos un fondo decentillo se lo entregásemos al
señor alcalde y así podría abrir una biblioteca.
‑
Me tomas el pelo o eres así de ingenuo...Pero, hijo, nosotros somos pobres, no
hubiésemos podido resistir mucho así, pagando pedidos y no teniendo ingresos de
estas partidas...
Pero
cuentan que sí, que era cierto el plan de Julián, que conociendo al muchacho
era imposible que hubiese mentido. Así que cuando se supo la historia del desabastecimiento de libros
que había sufrido la localidad, los demás niños propusieron a la Autoridad que Julián, el
hijo del droguero, fuese nombrado hijo predilecto o algo parecido.
No
sabemos si esto se hizo. Pero sí llegó a nosotros el final de la historia:
Cuando Gervasio, el droguero, sacó todos los guerreros del antifaz, robertos
alcázar, etc. acumulados durante cerca de un mes a las estanterías para
ponerlos a la venta ocurrió un hecho insólito: Una larga fila de más de un
centenar de niños esperaba en la calle para comprar, nuevamente, los libros,
cuentos y tebeos que vendían en la droguería, la única tienda del pueblo donde
se podía comprar de todo excepto comestibles...
Los
1.757 ejemplares fueron vistos y no
vistos. Todo estaba vendido, ante la
mirada un tanto desolada de Julián, el niño del droguero. La
sorpresa vendría después, cuando el
centenar de niños se dirigió rápidamente al Ayuntamiento: De nuevo el señor
alcalde salió, sorprendido, a la puerta. Pero se tranquilizó al ver el feliz
semblante, las caras radiantes de alegría de todos los niños. Cuando el último
de ellos le entregó los tebeos o cuentos que un momento antes había adquirido,
el alcalde comenzó a llorar...de alegría.
‑
¡Vaya si merece la pena ser alcalde...! ‑decía don Felipe emocionado y
secándose las lágrimas‑... ¡Claro que merece la pena ser alcalde! ‑repetía el
buen hombre...
Y
cuando, dos años más tarde, el alcalde inauguró la Biblioteca Municipal,
cuyos primeros 1.757 volúmenes fueron los donados aquel día por los niños del
pueblo, Don Felipe decía en su discurso:
‑
Mirad, convecinos, cada vez que surge un problema en el pueblo, me acuerdo de
estos acontecimientos de los libros y me digo: sólo por esto ya merece la pena
haber sido alcalde de este pueblo...
Y
sus vecinos, plenos de emoción al ver el nuevo servicio con el que contaba el
pueblo, preferían gritar para así ahogar las lagrimillas que deseaban salir a
escena:
‑
¡Que viva nuestro alcalde!
- ¡Qué
viva!!!!!!!!! ‑contestaron a coro, con voz alta y sincera.
Escrito en abril de 1992, fue leído por el autor en
el Maratón de Cuentos de Guadalajara de ese año.
Fue publicado inicialmente
en La Voz del
Tajo, Suplemento Día del Libro (24-4-1993), p. XIII. También fue recogido
en el libro Combates por la biblioteca pública en España (2006), págs. 25-27.
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