El corazón de la lectura*
Nadie pensaba que Matías
sobreviviese a su empeño más de unos meses. Conseguir una sociedad lectora en
este pequeño pueblo de 563 habitantes estaba condenado al fracaso. Los bares,
el pequeño polideportivo, los viajes a la capital, la gran televisión de 50 pulgadas que
agrupaba a los vecinos en los grandes partidos, el centro de Internet que
habían instalado los de Ciencia y Tecnología y que se había convertido en un ciber, como los que había de pago en las
ciudades…Todo esto sí que eran actividades de ocio con etiqueta garantizada de
éxito. Por eso cuando el Ayuntamiento, desafiando legislaciones e incluso
criterios de profesionales avanzados,
decidió abrir una biblioteca pública, todos, casi sin excepción, vaticinaron
que antes de un mes cerraría sus puertas.
Pero los agoreros se equivocaron.
Aquella colección de libros amplia y actualizada, para todos los públicos, como
las grandes películas, atrajo ya en la primera semana a los vecinos y en la
estadística de esos 6 días Matías contabilizó 177 socios de carnet y 915
préstamos. Además, la sección de música, las películas en DVD y el lote muy
selectivo de 100 CD-ROM, todo ello
aportado por el Servicio Regional de Bibliotecas, consiguió que personas que
tradicionalmente padecían una considerable alergia al libro, no tuvieran reparo
en acceder a las salas de la biblioteca. Claro que la cuidada campaña de publicidad hacía difícil
resistirse al indudable encanto de la biblioteca: Matías, el joven
bibliotecario, había visitado una a una todas las casas de la localidad e
invitado a cada residente a conocer los servicios de la biblioteca pública. Y
esta cercanía supuso un dato que al Alcalde le emocionó y le llenó de
escalofríos: “¿Qué ya hay 378 socios,
Matías?”, preguntó la máxima autoridad municipal con un gesto de alegre
sorpresa. Pero lo importante no eran los fríos datos estadísticos.
Durante el segundo mes, el horario
de la biblioteca, que había comenzado a abrir sus puertas en jornada de tarde,
se aumentó e inició sus actividades a las 10 de la mañana. Primero eran los
jubilados, que leían la prensa que por primera vez llegaba al pueblo, porque el
quiosco o la librería nunca fueron negocios rentables en tan pequeña
localidad. A las 12 un grupo de 15
mujeres formaban el primer club de lectoras de la biblioteca, y alguna llevaba
a su bebé, que abría sus ojos de alegría cuando Matías, el bibliotecario, ponía
entre sus manos pequeñas un libro de imágenes que arrancaba sonoras
exclamaciones en esas criaturas.
Matías fue convirtiéndose en
asesor, cómplice, confidente, en amigo…Había escuchado en una
conferencia de otro bibliotecario un verso profético: “estás llamado a ser un dirigente”, escritas hace décadas por el
poeta Bertolt Brecht,
en alusión al papel neurálgico que un bibliotecario tenía en la comunidad
local, especialmente en tan pequeños municipios. Y creyó que el libro, como en
general la cultura, era “un arma de futuro expansivo”, en palabras de Celaya, y
que la biblioteca estaba llamada a ser la puerta democrática de acceso a la
lectura y a la información. Pero las sombras alargadas, las carencias de las
políticas bibliotecarias de nuestro país, incluso el desánimo de muchos
profesionales habían propiciado en él una inicial actitud de recelo, de estar a
la defensiva, dudando tal vez si esta profesión tan especial se introduciría,
como algunos decían, en lo más hondo de su ser.
Las colecciones pronto fueron
ampliadas y toda la actividad cultural, de ocio y de participación, comenzó a
generarse desde la biblioteca. Todavía guardo en la retina de mis ojos la
imagen de aquel pueblo que en masa acudió a la plaza del Ayuntamiento para
contemplar la obra de teatro que el grupo de jóvenes de la biblioteca
representó bajo el aliento de Matías, el
bibliotecario, y la ayuda de un autor amigo que había conocido el creciente
precio de la fama de esta biblioteca.
Los ojos de los pueblos vecinos se
posaban, con cierta envidia, en este pequeño pueblo de los Montes de Toledo.
Pronto la Biblioteca
amplió sus instalaciones, y allí los ordenadores del fracasado Centro de Internet, constituyeron el
núcleo para nuevos servicios. Ahora sí que aprovechaban las gentes los modernos
equipos informáticos, y descubrían que el bibliotecario era un mediador de la
información, alguien que les ayudaba a no utilizar las nuevas tecnologías para
juegos y barridos rápidos por la
Red y a descubrir día a día cómo buscar y utilizar esa
ingente información para no perecer en el intento. También cobró nueva vida el
viejo Centro de Turismo Rural que, como
los ojos del Guadiana, funcionaba y dejaba de funcionar, a merced de la dichosa
subvención; la biblioteca, se convirtió en un verdadero centro de información
local y la vertiente turística sirvió para que los centenares de personas que,
sobre todo en verano, pasaban por el municipio conocieran una biblioteca que
les sorprendía y que veían como una gozosa y deslumbrante realidad cultural,
educativa y de información.
El Alcalde, Genaro Martínez, se
convirtió en un verdadero abanderado de la causa de la biblioteca pública. En
el nuevo presupuesto municipal no sólo incrementó espectacularmente la partida
destinada a fondos bibliotecarios y a actividades de difusión. Consiguió el
apoyo del Pleno, incluso del grupo de la oposición que había criticado la creación
de un servicio público como la biblioteca porque este Ayuntamiento no tenía
obligación legal de ponerla en marcha. Pero si la biblioteca se estaba
convirtiendo en un verdadero ejemplo y objeto de deseo, no dudó el Alcalde en
plantear una medida que causó, nuevamente, una sorpresa infinita: “Pero esta proyección social y cultural de
la biblioteca no sólo precisa de esfuerzos financieros. Para no morir de éxito,
necesitamos un segundo bibliotecario…” El debate fue muy fuerte, a veces
tenso, por lo que el Alcalde llamó a sus mejores aliados: Matías, el
bibliotecario, hizo una sosegada pero apasionada intervención, en defensa del papel de la
biblioteca en tan pequeño municipio; luego habló Juana, la coordinadora del Club
de Lectoras, de forma deslumbrante, citando incluso a unos cuantos autores que habían escrito sobre el
importante papel del libro, la lectura y la información en el desarrollo de la
persona, y que terminó diciendo: “Pero el
bibliotecario es el corazón de la biblioteca. Y si hay dos corazones, tenemos
muchas más garantías de que la cosecha sea más fructífera. Sr. Alcalde, señoras
y señores concejales: que otros pueblos se gasten el dinero en fuegos de
artificio; pero que el nuestro destaque para que el libro esté en el corazón de
la gente”. Y, al terminar, un nudo ató su voz, y unas lágrimas de emoción
sembraron de luz la sala de plenos. Finalmente fue un niño de 7 años, Moisés,
quien leyó la carta que había mandado al Rey y al Presidente del Gobierno
preguntándole porqué los pueblos pequeños no podían tener biblioteca, porqué
las leyes que hacen en las Cortes no obligan a que en todas las localidades de
España haya una biblioteca pública. Moisés, el niño defensor de las
bibliotecas, todavía cuenta a sus amigos, y una vez lo contó en un periódico
provincial, que no entendía la respuesta que le había dado el Presidente: “Es cuestión de presupuesto; no se puede
gastar tanto dinero en un servicio público para tan pocos vecinos”. Y el
inteligente niño lanzaba siempre una pregunta: “¿Entonces, los que vivimos en
los pueblos pequeños no tenemos derecho a leer?”
Y claro, no se habló más: toda la Corporación aprobó la
moción del alcalde. Y en el pueblo, ya con 599 habitantes, al poco tiempo hubo
una gran fiesta en la biblioteca: una nueva y también joven bibliotecaria había
llegado para poder ampliar y mejorar los servicios bibliotecarios. Y los
indicadores estadísticos siguieron marcando retos que llenaban de admiración a
tanto político que jamás creyó en la fuerza transformadora de la biblioteca
pública. Y pronto una librería abrió sus puertas y los índices de lectura de
prensa del municipio asombraban a los expertos de la universidad regional que
esos días hacían un estudio sobre hábitos de promoción lectora. Y en sus
conclusiones una frase llenaba de interrogantes a quienes todavía no estaban
convencidos del papel esencial de la biblioteca en la comunidad: “Promover lectores, hacer lectores, es
sinónimo de hacer personas, de educar de forma permanente. Y para esta tarea,
no bastan los Planes nacionales o regionales de Lectura; son inútiles las
costosas campañas publicitarias en medios de comunicación. La lectura debe de
nacer en el corazón, y para que ese hábito sea permanente y genere el placer de
leer, ningún instrumento mejor que la biblioteca pública. La biblioteca es el
corazón de la lectura.”·
Pero ni el Presidente, ni el nuevo
ministro de Cultura, ni la
Federación de Municipios y Provincias, ni el Director General
del Libro y Bibliotecas del Gobierno de España escucharon ese clamor que se
extendía por pueblos y ciudades de todo el país: “La biblioteca pública es el corazón de la lectura”. Y siguieron
sin legislar para que leer fuera un derecho de todos, para que las bibliotecas
estuvieran en la vida de todas las personas. De todos los pueblos. De todas las
regiones. Sin desigualdades.
Mientras tanto, en los Montes de
Toledo, un pueblo significaba y representaba
el mejor ejemplo de fusión de la biblioteca con la comunidad local. Y
Genaro, el alcalde, y Matías, el bibliotecario, comenzaron su labor de apóstoles de la lectura y las bibliotecas:
eran llamados a Congresos, Jornadas Técnicas, Ferias del Libro e incluso al
Parlamento regional para que contaran su experiencia bibliotecaria. Son los
nuevos sembradores de semillas lectoras que generan en la sociedad frescas
esperanzas. Y siempre terminan su intervención con una frase que un grupo de
bibliotecarios pronunció hace varios años con emocionada pasión: “Una biblioteca es como una estrella en su
municipio. Por eso, nos consideramos
sembradores de estrellas”. Y sienten que, en esta carrera de relevos a
favor de la biblioteca y la lectura, ellos han cogido el testigo.
* Escrito en septiembre de 2007, fue publicado en Noticias Toledo. Año II, núm. 40
(28-9-2007), p. 2.
Me encanta.
ResponderEliminarEs tal y como la vida misma de los bibliotecarios que disfrutamos haciendo nuestra trabajo en pequeñas poblaciones, donde una de las cosas gratificantes del día a día son esa gran, o pequeña Biblioteca