La mordaza y el miedo*
La llamada del director general no le había sorprendido. La esperaba. Esa
mañana, El Independiente, uno de los
más prestigiosos periódicos de tirada nacional, publicaba el artículo de
opinión sobre la situación de las bibliotecas públicas españolas que había
escrito Ramón. Pasó al despacho del director y se encontró de frente con su
mirada, fulminándole.
- ¿Sabes por qué te llamo, no?
- ¡Claro! -contestó Ramón,
intentando una respuesta tópica-; tenemos muchos temas para despachar…
Pero el director no quiso eludir en ningún
momento la cuestión por la que había dicho a su secretaria que llamara a Ramón
con urgencia.
- ¡Sabes perfectamente por qué te
llamo, no pretendas disimular! ¡Se trata de tu artículo!…
El director general estaba
visiblemente nervioso, además de enojado. Casi balbuceando, prosiguió:
- Tu artículo, además de lleno de
inexactitudes y valoraciones negativas, nos pone en una situación delicada con
los responsables ministeriales. Que un alto funcionario de esta Consejería
escriba un artículo de opinión tan crítico, y además difundido en el medio de
mayor repercusión a nivel nacional, supone un duro golpe para el Gobierno
Regional.
No era la primera vez que Ramón,
apasionado defensor de las bibliotecas públicas, escribía artículos de opinión.
También en jornadas técnicas y en congresos había expresado con vehemencia y
datos científicos sus criterios respecto a la falta de una política de Estado
en materia de lectura pública en España y había realizado ambiciosas propuestas
para que los políticos asumieran de una vez sus responsabilidades y
competencias. Pero en los foros técnicos no hay periodistas y las repercusiones
de un artículo en un periódico de la provincia o de carácter regional son muy
limitadas. Ahora era distinto…
Ramón se había ganado el aprecio de los profesionales, que veían en él al
verdadero artífice de la red regional de bibliotecas y a un defensor de los
bibliotecarios, especialmente de los que trabajaban en los centros más
pequeños. Se habían puesto en marcha muchos programas y, a pesar del escaso
apoyo político y los limitados
presupuestos, los indicadores estadísticos comenzaban a transformarse y, en
algunos casos, incluso se ponían a la cabeza del país.
Y es verdad que Ramón se había marcado como una prioridad de su vida
profesional conseguir la democratización de un servicio público, la biblioteca,
que consideraba verdaderamente esencial y neurálgico para colaborar en la
madurez de los ciudadanos y construir una sociedad más responsable,
participativa y crítica.
- Tres consejeros han pedido tu cabeza –prosiguió el director general-,
así que tenemos que decidir qué hacemos contigo.
Pero Ramón no se amilanó. Era un luchador nato y no era la primera vez, y
seguramente no sería la última, que la sombra del cese se cernía sobre él. De
forma aparentemente tranquila, que la procesión de la intranquilidad iba por
dentro, contestó con firmeza:
- Pues córtala… Pero ya imaginarás que tendré que decir por qué lo
hacéis. Hablaré de la censura que me imponéis y de las razones por las que me
cesáis.
El silencio se adueñó de la estancia. El Director se había quedado
cortado; tal vez no contaba con la firmeza de Ramón; acostumbrado a ser sumiso,
probablemente se habría planteado que Ramón se disculparía e, incluso,
prometería no volver a las andadas con artículos de este tipo. Su cese podría
tener repercusiones en los medios y entre los profesionales, y con unas
elecciones tan próximas había que ser extremadamente prudente…
La conversación se había agotado. Cada uno interiorizaba sus ideas, tal
vez pensando cómo se desarrollarían los acontecimientos. Por fin, el Director,
decidió romper ese cortante silencio:
- Bien, puedes marcharte. Ya te comunicaré lo que proceda, según las
instrucciones que reciba…
*******
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!.
La imagen de esa tremenda máquina apisonadora que se cernía sobre él, le
hizo gritar. Ramón, entonces, despertó y se percató de que se trataba sólo de
una pesadilla. Tal vez era la influencia de la conversación de aquella mañana
con su Director. De nuevo volvían los fantasmas de la censura o, lo que es
peor, la autocensura como método de sobrevivir, a pesar de estar en un Estado
democrático. No era miedo, que ya estaba acostumbrado a lidiar con toros de estas características, sino
sobre todo rabia e impotencia. Tener las ideas claras y no poder expresarlas.
Saber que defendía los derechos de los ciudadanos y que, sin embargo, tenía que
silenciar sus quejas y someterse a los gerifaltes del Poder…
Tras la ducha, desayunó y se dispuso a marchar a su despacho. No se le
iba de la cabeza. Según caminaba, observaba los carteles de los líderes que
aspiraban a gobernar después de las próximas elecciones. Ramón se sentía
huérfano. Era un hombre sin partido. Hacía años que había abjurado públicamente
de los progresistas, que le habían desilusionado notablemente, y no acababa de
encontrar otro partido que fuese más con sus ideas y principales conceptos de
la vida. Iba pensando la posibilidad de acudir al Defensor del Pueblo para
reivindicar su derecho a opinar libremente, aunque fuese un empleado
público…Pero se mostraba cansado, harto de clamar en el desierto, de luchar a
favor de una utopía. Era un náufrago y en esta mañana se veía a la deriva…
Ya en el despacho, recibió varias llamadas de conocidos que le expresaron
su admiración por su artículo, por haber hablado con tanta valentía. Ramón se
mostró agradecido y aparentó firmeza, pero por dentro esta vez estaba roto. Fue
a llamar al director del área de opinión de El
Independiente pero no se atrevió.
- ¡No debo ser imprudente! Seguro que esta gente está controlándome el
teléfono. ¡Lo haré desde casa, cuando finalice mi jornada laboral!
Cuando fue a redactar un mensaje de correo electrónico, el sistema se
quedó como bloqueado y Ramón no dudo que también estaban espiando sus movimientos virtuales. Era
angustioso… Otras veces había mantenido el tipo, pero en esta ocasión no podía
dejar de pensar en la conversación, en las palabras del Director General.
- Seguro que están tramitando mi cese. Son capaces de hacerlo sin
decírmelo siquiera. Se inventarán cualquier mentira y harán una nota de prensa
diciendo que por las razones expuestas han decidido cesarme en mi puesto de
trabajo. ¡Si es que tienen todo el poder!
A media mañana tenía que marchar a una reunión en el Centro Cívico Municipal. Salió del despacho y ya en la calle se
pegó un susto de muerte cuando vio que un vehículo le pasaba rozando a toda
velocidad. Ramón, que siempre expresaba la teoría del piensa bien aunque no aciertes en lugar de la preferida del público
piensa mal y acertarás, dudó en esta
ocasión.
- ¿Ha sido casualidad o es que esta gentuza es capaz de todo?
El propio Ramón no quiso dar crédito a esa disparatada idea. Y pensó
entonces:
- El problema es que me han metido el miedo en el cuerpo y empiezo a
tener ideas persecutorias. ¡Me están tocando el coco!
En la reunión estuvo totalmente silencioso, absorto en sus pensamientos,
lejano. Empezaba a estar preso del recuerdo de las palabras del Director
General. ¿Cuántas veces se había sentido amenazado y amordazado? Infinitas.
Pero había seguido caminando, con firmeza, fiel a sus principios…
- Entonces ¿ahora qué me pasa, qué
me está ocurriendo? -se preguntaba Ramón
ajeno a la reunión que estaba desarrollándose en la sala-. Estoy como obsesionado, no puedo dejar de
pensar en las hipótesis que pueden abrirse si esta gente materializa sus
amenazas… He vivido apasionadamente mi trabajo y ahora comienzo a percibir mi
desgaste, que me está pasando factura… Quisiera adaptarme, esperar órdenes,
aceptar que la responsabilidad política la tienen otros…pero no puedo. Tal vez
no sé. Han sido muchos años de soñar, de poner en marcha proyectos, de hacer un
trabajo en coalición con tantos compañeros. Pero ahora me siento solo.
Al terminar la reunión, se encaminó nuevamente a su despacho. En su mesa
se amontonaban nuevos proyectos y algunos de los que estaban desarrollándose.
Pero la estancia estaba muda y el ánimo de Ramón persistía bajo mínimos. De
improviso, una llamada telefónica le sacó de sus pensamientos.
- Hola, Ramón. ¿Qué te ha ocurrido? He sabido que has tenido problemas
con el último artículo.
Ramón se sorprendió mucho de la llamada del director de la edición
regional de El Independiente. ¿Cómo
había conocido los hechos, si él no lo había comentado con nadie?
- Ramón, quiero que sepas que, si estás de acuerdo, mañana tanto la
edición nacional como la totalidad de las ediciones regionales incluirán en
portada la noticia de las amenazas que has recibido por utilizar tu libertad de
expresión.
Ramón se quedó sorprendido y abrumado. Esto sería ya la guerra total…
- Os lo agradezco mucho, de verdad, pero creo que de momento es mejor
esperar acontecimientos. No tengo vocación de mártir, y si aparecen las
noticias sin duda el enfrentamiento será absoluto. Aunque me encuentro bastante
tocado me gustaría que pasase esta
tormenta y poder proseguir trabajando por las bibliotecas. ¡No me imagino en
otro ámbito profesional en estos momentos!...
- Como quieras, Ramón; ya sabes que estamos a tu disposición. Desde luego
nuestro periódico no va a consentir que
se vulneren derechos fundamentales y que te amenacen o te obliguen a
autocensurarte. Haremos de tu situación un caso ejemplarizante a favor de la
libertad de opinión.
- Gracias, de verdad –dijo emocionado Ramón-, para mí es suficiente saber
que no soy un pobre náufrago envuelto en la soledad y la indiferencia.
Tras la llamada, estaba de nuevo con las pilas cargadas, dispuesto a
proseguir su particular travesía del desierto…
- ¡Casi me olvido! Tenemos ahora la reunión técnica de la implantación
del catálogo colectivo de la Red…
Con paso resuelto y la cabeza levantada, salió
de su despacho, dispuesto a seguir con su tarea cotidiana. Era como una
misión que sentía desde lo más profundo de su ser. Y recordó aquel viejo refrán:
- ¡Ladran! Luego cabalgamos. A
caminar, a caminar….
Pero aquella noche, de nuevo, se despertó sobresaltado con un grito:
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!.
Y, otra vez, tembló viendo cómo una gran apisonadora se le venía encima.
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