El
Congreso de Bibliotecas que se nos fue
Finalizó el VIII Congreso Nacional
de Bibliotecas Públicas, que por primera vez se ha desarrollado en Castilla-La
Mancha, en concreto, en la capital regional: Toledo. Un gran Congreso, sin
duda, a pesar de su corta duración de dos días por los problemas económicos que
adujo el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; un Congreso que desde la Biblioteca de
Castilla-La Mancha y el Servicio del Libro y Bibliotecas intentamos prolongar
con un día de post congreso dedicado fundamentalmente a conocer la
impresionante experiencia del Sistema de Bibliotecas Públicas de la ciudad de
Medellín (Colombia), a visitar la Biblioteca Regional
y a hacer turismo por la ciudad toledana. Por cierto, según muchos de los
asistentes, junto a la intervención del filósofo José Antonio Marina, lo mejor
del Congreso ocurrió el viernes en la Biblioteca de Castilla-La Mancha con la
presentación de las bibliotecas de Medellín. Una pena para quienes no pudieron
estar porque el Congreso oficialmente ya había sido clausurado.
He expuesto a distintos medios de
comunicación los rasgos positivos del Congreso: gran participación (520
congresistas inscritos y por primera vez en un congreso de este tipo hubo que
poner el cartel de “no hay billetes”), una oportunidad para que profesionales
de todo el país nos congregásemos y abriéramos a la sociedad las ventanas de
las bibliotecas en nuestra época y también un medio estupendo para conocer y
compartir experiencias. Convivencia magnífica y una elección para sede, Toledo,
muy acertada por los comentarios que
hemos escuchado.
El Congreso ha dado una ajustada
visión de las bibliotecas que yo vengo denominando del primer mundo. Las propuestas desarrolladas en el Congreso, tanto en
el espacio físico como en el virtual, corresponden a unas bibliotecas
generalmente muy bien dotadas de recursos humanos y tecnológicos, con apoyo
institucional, con presupuestos importantes y normalmente situadas en ciudades.
Siempre es positivo ver por dónde y cómo caminan esas bibliotecas de grandes
ciudades, universidades, bibliotecas públicas regionales o provinciales… Pero
no estuvieron representadas tantos centenares de bibliotecas que disponen de un
bibliotecario a media jornada y con escaso sueldo, que no cuentan con proyectos
para ampliar o mejorar sus espacios y no disponen apenas de presupuesto para
ampliar sus colecciones o realizar sus actividades. He recibido un largo
escrito de una bibliotecaria municipal de Castilla-La Mancha que califica al
Congreso de “Espacio sideral”, concluyendo con estas palabras: “Tras este
Congreso Espacial, señores bibliotecarios, tendremos que volver a la terrenalidad
de nuestras bibliotecas y seguir ofreciendo nuestros servicios con la misma
ilusión, dedicación y profesionalidad; aunque sigamos contando con los
precarios recursos habituales que hacen azuzar esa gran creatividad que nos
caracteriza. Regalándonos elogios con la dosis de autoestima corporativa que nunca
nos ha faltado, y no se nos olvide, reclamando lo que sea necesario para
nuestra profesión.” He animado a esta bibliotecaria a que haga pública su
reflexión, que autocalifica de “políticamente incorrecta”.
En el Congreso quedaron establecidas
y consagradas ideas que venimos defendiendo muchos profesionales: las
bibliotecas son laboratorios para las ciudades, motores de cambio, lugares para
trabajar en complicidad con la sociedad, centros de encuentro y debate,
instalaciones para la creatividad, ámbitos para la construcción de las
personas, un medio para expresar la solidaridad y para ayudar a los sectores
más vulnerables… La ciudad de Medellín, que asistía invitada por la Biblioteca de
Castilla-La Mancha gracias al proyecto que estamos realizando juntos “Leyendas
que conectan jóvenes y territorios”, estuvo presente en el Congreso desde la
intervención de Marina, la de la presidenta electa de IFLA Gloria Pérez
Salmerón y otros bibliotecarios, e incluso en las conclusiones del Congreso.
Pero nadie, ni políticos ni profesionales, asumió con firmeza que las
bibliotecas públicas precisan de unas instituciones que conviertan a las
bibliotecas en centros neurálgicos de la vida cotidiana y lo apoyen con el
importantísimo esfuerzo presupuestario que realiza el Ayuntamiento de Medellín.
Ahora, además de motores para dinamizar el territorio y trabajar con la
comunidad, las bibliotecas de Medellín se declaran esenciales para el proceso
de paz que acaba de abrirse en aquel país. Y son todo eso no por la simple
voluntad de los profesionales que trabajan en las bibliotecas sino porque
institucionalmente las bibliotecas son el servicio público de referencia en aquella
ciudad. Ya dijo Marina que la lectura (y todo lo que conllevan las bibliotecas)
no es un lujo sino que es una misión esencial, unas funciones que no tienen
otros centros y servicios culturales, aunque nos parezcan muy importantes.
Quedó claro también que las bibliotecas públicas, sin dejar de ser centros
culturales, educativos e informativos, adquieren cada vez más un compromiso
social que convierte a las bibliotecas en verdaderos pilares básicos de la
sociedad, en centros totalmente imprescindibles en nuestro tiempo y que deben
llegar a la totalidad de ciudadanos y localidades del país.
Las bibliotecas del primer mundo estuvieron muy presentes en
el Congreso. Incluso las del segundo,
con sus dificultades y recortes. La mayoría del paupérrimo tercer mundo de las bibliotecas no se pudieron ni plantear la
asistencia, aunque afortunadamente algunos tal vez pudieran seguirlo por
internet con sus obsoletos equipos informáticos. Pero no hubo ni una alusión a los
barrios de las ciudades que carecen de biblioteca ni a los tres mil municipios
españoles que no pueden acceder a servicios bibliotecarios de ningún tipo: no
tienen ni espacio físico ni virtual, y sus ciudadanos al parecer no tienen
derecho a la lectura ni a la información democrática que ofrecen las
bibliotecas públicas.
Ni en el acto de apertura ni en las conclusiones hubo un solo guiño, al
margen de las bonitas pero teóricas y retóricas palabras, a lo que el
Ministerio, la comunidad autónoma o incluso el ayuntamiento de Toledo piensan
hacer para convertir en derecho ciudadano lo que ahora es un lujo que depende
del voluntarismo del político o profesional de turno. Me identifico con todas y
cada una de las palabras de las conclusiones pero faltan otras: una fuerte
llamada a las instituciones, la reivindicación de una política de Estado en
materia de bibliotecas públicas y una petición expresa de que los recortes
presupuestarios que están ahogando a tantas bibliotecas finalicen ya. Es tiempo
de negociaciones para redactar los presupuestos generales del Estado y de las
comunidades autónomas. ¿Alguien piensa pedir públicamente que los gobernantes
pongan las bibliotecas en el corazón de la vida ciudadana y dispongan de
presupuestos decentes? Yo ya he dicho que los presupuestos de Castilla-La
Mancha deberían recuperar al menos 3 millones de euros para conseguir que sigan
viviendo las bibliotecas municipales. Pero las bibliotecas no pedimos sólo
presupuestos: pedimos a nuestros políticos que consideren a las bibliotecas
públicas la gran fortaleza democrática para servir a los ciudadanos y para
trabajar con ellos. Si pensasen esto tal vez los próximos presupuestos generales
tuvieran un poco presente a las bibliotecas.
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